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PRECEDIDO DE
£it IJopulariíraíi ic m Biputaíra,
si&S&cd®© así 3?sí 4KS3®,
|3or Bou J^iírora €ul.
s8&smb&s> b as^s,
cJmptcuttt ?c ioó f^ñoi ^o (Woiiix/ <o*tatii¡a Amuela
ca//e Je/ Amor de Dios, número 1.
PERSONAGES.
Carlos I.
Oliverio Cromwell.
Sir Thomas Wentworth, conde de Straffort.
Un hidalgo.
M. Pym.
GoRING.
El principe Roberto.
El marques de Montrose.
TtlOMLINSON.
Annesley.
Un Constable.
El duque de Glocester.
El principe de Gales.
Sara Mursel.
Madama Dabpell.
PROLOGO.
El vestíbulo del palacio de Westminster. A la izquier-
da se supone estar el remate de la escalera de la cá-
mara de los Lores. A la derecha el de la que con-
duce á la cámara de los Comunes. En el fondo le
calle.
ESCENA. PRIMERA.
oliverio y pym en el proscenio, pueblo en el fondo
y en la calle.
El Pueb. V iva el diputado Sir Thomas Went-
worth, viva e! parlamento !
Pym. Bien dicho , amigos ! Todo el que así grite es
verdadero inglés, y amante de su patria. Sí, viva
Sir Thomas Wentworth !
Oliv. {Acercándose d Pym. ) Señor , ó Milord?
Pym. (Solviéndose. ) Señor liso y llano.
Oliv. Señor?
Pym. Pym, para serviros.
Ó/A'. (Saludándole.) Señor Pym, tendréis la bondad
de decirme por qué se desgañitau así esas buenas
gentes?
pym. No deja de admirarme que un inglés rao hag a
esa pregunta. Si no me engaño, vos sois in^'és.
Oliv. Sí, por san Jorge, y sin una gota de sangre
estrangera en las venas.
Pym. Pues no seréis de Londres entonces?
Olt\-. No señor: soy del condado de Uunlingdon,
donde poseo algunas haciendas, por las cuales pa-
go mas de ocho escudos de renta , cuya circuns-
*
613055
(*)
tancia me da derecho, como á cualquier otro, pa-
ra tomar asiento en el parlamento.
Pym. Pues, señor, esos hombres gritan porque se
regocijan. *
Olio. Y de qué es ese regocijo ?
Pjm. De que hoy es un dia de triunfo.
Oliv. Para quién , amigo ?
Pym. Para el pueblo, para vos , para mí, para noao-
tros todos. L
Oliv. Oh! lo que es yo no soy del pueblo.
Pym. Hé?
Oliv. Pero eso no obstante, me tomo mucho interés
en todo lo bueno que le sucede.
Pym. Pues bien; habéis de saber' que los Comunes
han trabajado tanto , que á la hora de esta se lia
rotado ya el bilí de derechos.
Oliv. Se ha votado!
Pjm. Y firmado.
Oliv. Firmado !
Pym. Por el Rey Garlos I, que ha escrito al pie de él
de su puno y letra la fórmula de costumbre: «há-
gase como se desea": en buen francés.
Oliv. Sí , para que los ingleses le entiendan mejor
no es verdad? J '
Pym. Para que lo entienda todo el mundo. Poco im-
porta la lengua en que se ha contraído un empeño-
si el empeño existe , tendrá que cumplirse ; y se
cump irá. ( Yendo d retirarse.) Es eso todo lo que
deseabais saber?
Oliv. {Deteniéndola. ) Perdonad : podríais decirme
que es eso de bilí?
Pym. Luego vos no sabéis nada de lo que pasa?
Oliv. Por no saber, ni aun sé dónde estamos.
Pym. Siendo así, tened entendido que estamos en
el palacio de Westminster ; que allí á la dere-
(5)
cha está la cámara de los Comunes, y aquí á
la izquierda la de los Lores.... Quizas iguorareis
también lo que sea esto de cámara de los Comu-
ues y de los Lores?
Oliv. Proseguid, amigo; sino lo sé, lo aprenderé
ahora : !>i lo sé mal , lo sabré mejor. Os esplicais
de un modo que me agracia; y si no os soy mo-
lesto....
Pym. De ninguna manera. {Inclinándose.) Decía,
pues, que hay en el dia en Inglaterra dos grandes
corporaciones que luchan desde hace mucho tiem-
po , y que se fatigan lentamente por ver cual de
las dos derribará á la otra ; la una se compone del
Rey, del Príncipe de Gales, de los Lores, de la
Corte, de Palacio, del Antecristo , ó del mis-
mo demonio hecho Ministro , que ambas cosas
puede ser Jorge WiHiers, Duque de Buckingham:
ese maldito ministro tiene su asiento por consiguien-
te allí, en la cámara de los Lores. {Señalando ha-
cia la izquierda. ) La otra corporación se compo-
ne de los Comunes, de nosotros todos, de Lon-
dres, de la Inglaterra, de SirThomas Wentworth,
sumas digno represen t&flte , y el cual tiene su
asiento en esta otra cámaro. {Señalando hacia la
derecha. ) Opresión y emancipación estos son sus
dos opuestos principios. Buckingham y Wenl-
worth los dos sostenedores de esos principios.
Ahora bien, Buckingham nos gobernaba hasta
ayer á su antojo y manera; el Bey no era mas
que Bey de fórmula, ó por mejor decir, no
habla Bey: pero en cambio había aumento de
contribuciones ; llovían tributos del cielo, y la
tierra vomitaba soldados para hacer pagar los tri-
butos ; en pos de los soldados , por si necesario
fuese para obligarlos á atropellar al pueblo , Te-
. . (6)
man jueces, y en pos de los jueces ugieres de
justicia ; no conocíamos otros recaudadores Ya
podéis figuraros que esto no podía durar mucho
tiempo ; así es que de pronto apareció un hombre
en Ja cámara que emprendió con valor la de-
fensa de nuestros derechos violados ; ese hom-
bre es diputado por York, se llama Wentworth
e mzo aprobar el bilí de derechos que fué pre-
sentado ayer á la firma del Rey. Carlos se ne-
gó primeramente, y Buckingham prorrumpió en
expres.ones poco dignas de la cámara; pero am-
bos necesitaban dinero, v la decisión de I« cá-
mara era terminante; no habiendo bilí, no habrá
subsidios, con lo cual el Rey firmó el bilí hov
a las doce. •
0/í i" \ 1 . a 1 . ca ' mara hnbra ' votado una hora después
el subsidio ¿no es verdad?
Pym. Justamente.
Oliv. Decidme, cuáles son esos nuevos derechos otor-
gados al pueblo?
Pym. Primeramente el Rey no podrá exigir nin-
gún pecho, ni tributo, sin el consentimiento de
los arzobispos, obispos, condes, barones, ve-
cinos y demás hombres libres del Común del
reino.
OUy. Pues amigo, si no me engaña la memoria
ese derecho del pueblo data desde un estatuto
de Eduardo I, de Tallado non concedértelo, da-
do en i3i4 según creo, y ya estamos en 1628.
Con que el pueblo no ha hecho mas que recobrar
lo que ya era suyo, y no veo en ello tan eran
motivo de fiesta. Qué mas?
Pjm. (Con menos entusiasmo.) Qué mas! qué mas!
Se ha decretado por el artíeulo 12 que ningún ve-
«■o, d hombre libre, podrá ser detenido, preso
\
( 7 )
ni sentenciado sin ser juzgado por sus Pares, o la
ley del país.
9liv. Oiga ! pues no deja de ser magnánimo otorga-
miento. Yo no sé qué crónica cuenta que hace
2 nj años la villa de Londres celebró regocijos pú-
blicos en honor del Rey Eduardo III, por haberla
éste concedido igual gracia , patentizada en el ar-
tículo iG ó 17 de la Carta Magna de nuestras li-
bertades patrias. Si era esa la causa de la algazara
que hace poco aturdía los oidos , habréis dejron-
venir conmigo, señor Pym, que no era estraño el
que ignorase el secreto de la pública alegría, y que
háeíaVieü eu informarme antes de alegrarme tam-
bién Pero siu duda ese bilí contiene aún otras mu-
chas franquicias.
Vym. Sí por cierto.
0//V. Pues decidlas de una vez.
P r m. Hay en él otro artículo , por el cual el Rey se
obliga á sacar de las casas de los particulares los
soldados y marinos que estaban alojados, y á
abolir v anular las comisiones militares desde aho-
ra y por siempre: por siempre, ¿lo oís? ;
Oliv. Sí, sí, perfectamente. Pero ¿queréis decir-
me en virtud de qué artículo de la Carta Magna,
el Pev Carlos, ni otro alguno, podia obligar á los
hombres libres, á los vecinos del reino i que
diesen alojamiento á su ejército, y que decreto
de la Constitución inglesa autorizaba la institución
de las comisiones militares? ¿Qué sois vos?....
Prm. Abogado.
Oliv. En ese caso debéis saber mejor que yo que
soy un cualquiera, las leyes que rigen en la Gran
Rretaña. Con que hablad, ya os escucho.
Prm. {Alejándose un poco.) ¡Ehl ¿Quien diablos
es este provincial, que no sabe nada, y todo lo
( 8 )
sabe, este hidalgo letrado como un teólogo, y
eologo mas legista que un abogado? será wbi¿ ó
tory ^ de Wenlwortb , deBuck¡ h J
^J^™"^^ ¿Con< 3 ue son eso * oíoslos ,
derechos otorgados por el Rey Carlos? Vaya,
¿Quems que os diga yo ahora los que él se reser-
dl',Zr e A e \ de . recho de Proreer los empleos y
destinos de almirante, de gran canciller y de
gran terrero; de nombrar los pares, los cuales
no pueden tomar asiento en la ca'mara sin haber,
e prestado de antemano juramvnto de fidelidad-
, de nombrar los jueces del reino t los gefes de
mr'pn? ^*°í>ueden ejercer s « e ^pleo mas
que en su nombre, y bajo la autoridad de su se-
llo de declarar la guerra, y de hacer la paz:
de levantar ejerctos y armadas para defenderle'
de plegar y desplegar la bandera de San Jorge'
que es la Je la Inglaterra, y no la suya; puede abrir
T cerrar las puertas de las fortalezas y ciudade-
S3ÍP? ^minuir sus guarniciones; en fin,
tiene el derecho de arrancar la espada de mano
de la just^a, pues la ley sentencia en vano, cuan-
do^! Rey tiene Ja fantasía de perdonar. Vamos
señor Pym,aqm se acerca SirTho mas Wentvvorth'
que va a la ca'mara, victorearle con buenos gritos
7 dadle gracjas j e ]o que ^ nosQ *
un , tribuno magnifico, que ha obtenido para no-
sotros amplias y sorprendentes libertades;
Pjm. (Meditabundo.) Por quien soy, que este es
un hombre estraordinario.
ElPueb ¡VivaSírThomas Wentworth! .-Plaza allrí^
buno! ... ¡Viva el diputado de los Comunes! ¡Vi^
Ta el defensor del pueblo,'
(9)
ESCENA II.
i thomas wkistworth en el fondo; al rededor suyo
el Pueblo llena los dos lados del teatro. En el
proscenio oliverio y ftm.
odos. (Escepto Oliverio f Pjm.) yiya Wentworth.
Vent. No, amigos míos, os engañáis; viva el Rey,
es lo que debéis decir, porque á él es á quien
se lo debéis todo; vuestro diputado no ba hecho
mas que su deber, gritad: ^Viva el Key! {Si-
lencio.)
fjm. (Aparte.) Viva el Rey.... ¿qué es esto? ¿se
burla? (Murmullos al foro. Wentworth hace de-
mostración con la mano de que quiere hablar.)
~)liv. Vuestro diputado va á hablar : señores, escu-
chad. (Voces en el gentío.) ¡Escuchad, escu-
chad! (Vym mira á Oliverio con asombro.)
'Vent. Ingleses, la libertad del pueblo se vio ayer
amenazada de un gran riesgo, yo la defendí y
la defenderé nuevamente, si Buekingham se atre-
viese á apartarse de la Carla Magna de Ingla-
terra ; pero nada hay que temer, desde hoy no
existe valla alguna entre Rey y vasallos.
Oliv. Ya lo oís, no existe valla alguna entre el Rey
y los vasallos.
p ym. ¡Vasallos!
Oliv. Este hombre habla bien.
Went. El bilí de vuestros derechos está firmado,
la Inglaterra le ha recibido con entusiasmo, y^
la nación entera muestra su contento; solo aquí
en Westminster es donde se murmura.
Oliv. ¡Ab! se murmura.
Went. La cámara de los Comunes tan «olo es la
(10)
que se queja y amenaza; los Comunes nunca
están contemos. En vez de recibir humildemente
é hincada la rodilla en tierra, como deben ha-
cerlo, el magnífico presente que acaba de ha-
cerles el Rey, ¿sabéis lo que quieren ahora? Quie-
ren hacer prender al ministro Buckingham. Na-
die como yo aborrece á Buckingham, pero abor-
rezco también á los ingratos, y todos lo sería-
mos si hiciésemos un agravio á la soberanía
en pago de la ley que acaba de otorgarnos; pero
no, eso no sucederá nunca. Tengo asiento en-
tre los diputados del pueblo, y con mi honor de
diputado del pueblo salgo garante de los leales
intentos del Rey. Prendan en buenhora á Lord
Buckingham, yo le defenderé contra el macero
de la cámara. ¿Loois? Yo, SirThomas Wentworth,
porque soy contrario del Duque, y no enemigo
suyo, le protegeré aun contra los sediciosos,
porque, según parece, ahora ya no tiene el pue-
blo necesidad de que lo defiendan, sino el Rey.
Ahora que están seguros los derechos de la In-
glaterra, ^e empieza a' conspirar contra los del
trono: señores, prestemos nuestros socorros al
trono como se los hemos prestado á la Ingla-
terra. Desde este instante se ha trocado mi mi-
sión. Ingleses, entro al parlamento, no ya como
orador del pueblo, sino como subdito obedien-
te á mi Rey. {Wentworth se dirige hacia el sa-
lón de las sesiones en medio de los murmullos
del pueblo.)
Oliv. {Acercándose á Pjm.) jNo me decíais ha-
ce poco que este Wentworth hablaba bien?
Pj-m. {Desconsoladamente.) Sí, muy bien. Pero
vos le habéis oído, ¿qué os parece?
Oliv. Soy de vuestra misma opinión; és un gran
orador, «o esperaba yo tanto de el.
ym. Ni yo tampoco, lo confieso.
liv. Me ha asombrado.
yrn. Lo creo. • m
Uv. Es un gran tribuno, como vos me habéis dicho.
ym. Yo no he dicho eso.
liv. Perdonadme, amigo, no ha mucho que me
habéis encomiado su elocuencia....
ym. ¡Hum! En las cámaras baj tantas especies
de elocuentes. ^
liv. No habéis observado con qué calor ha ha-
blado de los derechos....
ym. ¿Del pueblo?
Uv. No, de los del Rey.
ym. Es un hombre digno del oprobio publico; se
ha vendido.
Uv. Yo creo que os engañáis; aun anda en busca
de un buen precio; está de venta.
ym. ¿Y á quién creéis que pertenecerá luego/
,-Al pueblo ó al Rey?
Uv. Como todos los de su clase: al que le nom-
bre ministro.
ím. Es que el Rey solo tiene po der para nom-
brarle.
)liv. Pues bien; entonces se venciera al Rey.
ym. Sí : pues entonces infeliz de él y de
Carlos I.
Uiv. -Silencio! aquí se acerca S. M.
'ym. ¿Conocíais al Rey?
)liv. He sido presentado á él por su gracia, Lord
Ruckingham. \
Wm. iAh! es decir que sois amigo jie su gracia.
Uiv. Yo no soy amigo de nadie, señor mió. {Un
jjoier que viene por el lado de la cámara de
los Lores.) Plaza al Rey. f A un hidalgo empol-
vado y en traje de camino, c¡uc se halla en pri-
mer término, entre Ips del pueblo, r que le m
torba el paso.) Plaza, ¿no Jo oís?
Hidalgo. Es preciso que yo hable á S. M.
Ugier. ¿Quién sois?
Hidalgo. SirTbounas Lokart, barón.
Ugier {Cediéndole el paso.) Tenéis derecho.
u , ft 7 ? E , S ° eS ' todo nob,e ^cne dere-
cho de hablar al Rey en cualquier parte, con
tal que lo haga con la rodilla en tierra y la'
cabeza descubierta.
Ugier. (Continuando.) Plaza, señores, aso.
ESCENA III.
DICHOS. CARLOS. BUCK.WGHAM. LORES.
Carlos. (Hablando apoyado en el brazo de Buckin-
gham.) Nada temas, Buckingham, si no puedo
mantenerte en el ministerio, irás á Francia de
embajador. ¿Qué te parece?
Buckin. Que si no fuera por el pesar de dejaros
solicitaría de rodillas ese encargo. Mis araore s
están en Francia.
Hidalgo. (Con la cabeza descubierta, é hincada la
rodilla en tierra.) ¡Señor!
Carlos. (Volviéndose sobresaltado.) ¿Qué hay? /Qué
me queréis? cv
Hidalgo. Hace un instante que he llegado de De-
vonshire.
Carlos.^ (Mirándole de pies á cabeza.) Fácil es
adivinarlo por las trazas.
Hidalgo. Perdonad, Señor, si vengo á hablaros
con botas y espuelas, cubierto de polvo y lodo;
be tenido que atravesar la Inglaterra á galope
(13)
para no perder un instante, porque no había un
solo instante que perder,
"arlos. Según parece, Hidalgo, se trata de asuntos
muy urgentes.
'iidalgo. Sí, urgentes a' la par que sagrados, por-
que se trata de vuestro honor, Señor, de la dig-
nidad de la corona: se trata de sostener el tri-
ple derecho que recibisteis del cielo, divino, na-
tural y positivo.
'arlos. ¿Y podré saber quien se toma tan gran
interés por mi honor y por la dignidad de la
corona?
hidalgo. Vuestra nobleza de Düvonshlrc, de la
cual soy diputado, Señor; os suplica con la ca-
beza descubierta, como[ debe, hincada ¡a rodi-
lla en tierra, como me veis; en nombre délos
Reyes de Inglaterra, que fueron vuestros abue-
los y en nombre de los Reyes de Europa, que
son vuestros hermanos, que hagáis valer vuestros
derechos, que son los suyos, que no transijáis
con los que intentan violentaros, y que desechéis
el bilí qne os proponen.
"arlos. Quedo muy agradecido a mi nobleza de
Devonshire del cuidado que se toma por mi hx--
nor y el suyo; pero por diligente que hayáis an-
dado no habéis sabido llegar á tiempo.
Hidalgo. ¿Qué decís, Señor?
"arlos. Digo que el bilí está ya firmado.
Iidalgo. ¡Oh! eso no puede ser, ni lo habéis he-
cho. Ca'rlos 1. no puede haber hecho semejante
cosa. Señor, os estáis burlando de un noble po-
bre, pero honrado.
"arlos. Sabed, Hidalgo, que yo no me burlo nunca,
y mucho menos en este momento.
Iidalgo. Pero la Chancillería aun no habrá estam-
(14)
pado su sello en ese bí'll: quizás no ha salid
de vuestras manos. Señor, todavía podéis volve
ñor vuestro honor, rompiendo ese bilí y arro
jándole á las llamas.
Carlos. Sí por cierto; si vos queréis encargare
de sacársele al presidente de la cámara baja, qu
en este momento le está leyendo en alta voz'ant
los diputados.
Hidalgo. Esta bien, todo se acabó ya. {Levantan
dose y cubriéndose.)
Carlos. ¿Qué hacéis?
Hidalgo, Ya lo veis.
Carlos. Os olvidáis de que estamos en Inglaterra
y no en España, y de que en los tres reino
solo Sir Enrique Howard, conde de Surrey, tie^
ne derecho para cubrirse ante Nos?
Hidalgo. Por éso mismo os he dirigido la palabr;
de rodillas y con la cabeza descubierta, mien
tras creia hablar con el Rey?
Carlos. ¿Y con quién creéis que estáis hablando ahora
Hidalgo. El Rey es el que manda, y no el qu*
obedece: en Inglaterra ya no hay mas Rey qué
el pueblo; que venga el presidente de la cama
ra de los Comnnes, y me descubriré delante d
él, pero delante de él no mas.
Carlos. Eso es lo que vamos á ver. {Dando un paso.)
Al suelo el sombrero, Hidalgo. (Dando otro paso. .)!
Ese sombrero, digo! Afuera, mal caballero. (Le
tira el sombrero de un golpe.)
Ugier. (Llamando.) El coche de S. M.
Buckin. (Siguiendo al Rey, y pasando por delante
del Hidalgo.) Ahora podéis poneros él sombre-
ro, el Rey ha pasado ya.
Hidalgo. Gracias, Milord, estaba haciendo un voto.
Buckin. Puedo saber cual? (Volviéndose.)
;
(15)
'lidalgo. El de no cubrirme sino delante del ca-
dáver de Garlos Estuardo.
3uckin. Vuestra acción ha sido do demente, y vues-
tra amenaza de rebelde. En nombre del Rey
os mando que salgáis al punto de Inglaterra.
hidalgo. Decid á Carlos que pida á Dios que vo
no vuelva á venir a' ella.
puckin. Capitán de Guardias, sois el encargado
de la pronta ejecución de esta orden. Venid,
| Milores,el Rey nos aguarda en YVilhe-Hall. (Bu-
ckingham vdse por la puerta del foro. El Ca-
pitán de Guardias se llera al Hidalgo por una
puerta lateral. Oyese gritar al Ugier.) E! co-
che de su gracia Lord Buckingham.
rn. Vamos, (Acercándose á Oliverio.) amigo,
¿qué decis de todo esto?
p/zV. Que es por cierto un espectáculo muy curioso
para un observador. Teníais razón, los partidos se
han vuelto hombres.
¡Ugier. (Solviendo y dirigiéndose á Pym.) Sabéis
dónde para Sir Thomas Wenlworth ?
Pytn. (Aparte.) Un pliego con las armas reales!
( Alto. ) Qué le queréis ?
Ugier. Este pliego
Pjni. (Cogiéndole.) Bien esta', voy a ciársele yo
mismo.
Ugier. .Pero advertid que....
Vjm. (Precipitadamente.) Nada temáis.... ( Al sa-
lir se encuentra con Sir Thomas que viene de la
cámara.) Ah! esto es para vos.
Jfent. Mil gracias ; pero cómo es que este papel se
halla en vuestras manos?
Pym. Porque se le he arrebatadoal Ugier que debía
entregárosle.
\TVent. Y por qué habéis hecho eso?
(16)
Pym. Para saber antes que ninguno cua'nto dinei
vale una conciencia de diputado como vos, y
Carlos I hace las cosas con la magnanimida
de Rey.
TVent. Algún dia me acordaré de lo que ahora decíí
Pym. La Inglaterra no olvidará tampoco lo que ha
ceis , Milord.
TVent. {Después de haber leído.) Señores, desd
este momento ceso de ser miembro de la cámar
de los Comunes. ( Murmullos de admiración
El Rey nuestro Señor ha tenido a' bien nom
brarme Barón de Weutworth , de Newmarsh y d
Oversly.
Elliot, ó Dudley. Qué os parece, Sir Dudley ?
Dudlej. Que es un esca'ndalo !
Selden. Una mengua!
Elliot. Tres dignidades por una apostasía.
Went. {Queriendo hablar.) Ingleses!....
Pym. { Acercándose bruscamente é interrumpid n
düle.) Eh ! silencio, señor Barón de nuevo cu-
ño, ya sabemos qne habíais bien. Mas vale qu
escuchéis un consejo, porque en la Corte, paí
de oropel y mentira , nadie os le dará. Ayer te
iríais al pueblo en favor vuestro, y era vuestr<
amigo ; hoy está contra vos, es vuestro adver
sario ; cuidad de defenderos bien , porque el pue-
blo inglés lucha sin cansarse con ios ministros
los perdona rara vez. Como parte del pueblo , yo
os observaré, Milord ; os lo juro , y podéis creer*
en mi palabra : desde este dia uno de nosotros
pertenece al otro. Marchad en buen hora á Withe
Hall, Milord! marchad á conspirar con los opre
sores del pueblo : yo os aguardo aquí , en West-j
minster, entre los defensores de un pueblo que
quiere ser libre.
;:
(17)
IVent. Con que , según parece , ese es un reto.
Pym. Es un duelo á "muerte.
TVent. Señalad la época.
Pym. Os la diré el día en que la cámara de los Co-
munes se declare constituida en tribunal de jus-
ticia.
TVent. Pues es un plato algo vago.
Pym. Es que es difícil fijar con precisión el tiempo
que se necesita para construir un cadalso sólido
eu la plaza de Towcr-Hill.
JVent. Ah ! conque tendremos cadalso?
Pym.- No me gusta repetir las cosas, Milord.
Went. Muy bien : gracias por la predicción , aun-
que quiero advertiros que no creo en profetas. En
fin, sabed que aun cuando tengáis por testigo al
pueblo, y por padrino al verdugo, me veréis
pronto á entrar en la lid en defensa del Rey,
y á presentar mi pecho el primero contra la espa-
da, ó mi cabeza bajo la cuchilla. Hasta entonces
adiós.
Pym. (Mirando al pueblo que le sigue.) Esto es;
sal en silencio, tú que en trastes aquí victorea-
do por todo ese pueblo ! tu séquito se compone
de los mismos homhres, pero no de los mismos
corazones. Los labios que enmudecieron después
de las aclamaciones , no volverán á desplegarse
mas que para prorrumpir en amenazas. Ay de
tí, infeliz! (Volviéndose.) Ah! aún estáis vos
aquí?
Oliv. Sí, he querido ver el principio de la
tragedia, cuyo desenlace presagiasteis hace
poco.
Pym. Y os parece que me he engañado?
Oliv. En un punto únicamente.
Pym. Cuál?
2
Oliv. Digisteis, si no me engaño, que habría ui
cadalso?....
Pyní. Sí.
Oliv. Pues bien! en eso está el error.... — No ha
brá un cadalso: habrá dos.
FIN D2L PROLOGO.
ACTO PRIMERO.
CUADRO PRIMERO.
1640.
En White-Hall en la cámara del Conde de] Straffort.
Puerta al fondo ; otra oculta á la derecha:, á la iz-
quierda cerca del proscenio se supone estar la entra-
da de un corredor cubierta por un tapiz. Al lado
habrá una ventana.
ESCENA PRIMERA.
Straffort seguido por Anneslej , que trae en las ma-
nos una luz , y un legajo de papeles.
Siraf. i or fin llegué!.... Colocad las luces sobre
la mesa, y acercad ese sillón — No ha traído
ningún correo la noticia de que yo debia lle-
gar de un momento á otro?
Annesl. Ninguno, señor.
Straf. (Aparte.) Butler se ha retardado. Yamos,
le aguardaré.
Annesl. Milord , estará cansado?
Straf. {Sentándose.) Sí, Annesley. Pero todo ello
sería poca cosa, si no hubiese tenido que de-
jar el ejército por el parlamento.... Me halla-
ba en el Norte a' la cabeza de mis tropas es-
piando á la Escocia y á la Irlanda. Allí el so-
(20)
nido de las armas , y aquel ruido de guerra me
distraía...! En vez de esto tendré que sufrir aquí
la parla insufrible de los abogados, las renci-
llas de la cámara, y quién sabe?.... el ruido
de mis vidrios rotos á pedradas, si llego á ha-
blar mal de algunos miserables que no me quie-
ren muy bien , tales como el Conde de Rothes, ó
el caballero Clotworthy.... Pero el Rey lo ha
querido así, y mi deber era abandonarlo todo....
Aquí me tiene ya.... Venga lo que quiera!....
Qué hora es?
Annesl. Las nueve de la mañana.
Straf. Necesito lo menos dos horas para desembro-
llar esos papeles.
Annesl. Milord, no os ha acompañado en el viage
vuestro nuevo secretario Mr. Butler?
Straf. Nó , pero le aguardo hoy mismo. Viene por
distinto camino, porque tenía que detenerse en
Durham. Se ha encargado de traerme noticias
del cuerpo de ejército que manda el mayor Smith.
Ha habido por allí un encuentro, y si nuestras
tropas han cumplido con su deber, á estas ho-
ras Durham debe ser nuestro... — Ese Butler
es un valiente inglés ! yo mismo se le he re-
comendado al Rey. Me avisareis de su llegada
al punto ; no lo olvidéis. ( Annesley saluda , y
vá á marcharse.) Ah ! Annesley , ahí fuera aguar-
dara' un oficial irlandés ; no puedo daros las se-
ñas Con precisión , porque rara vez lleva el mismo
trage; pero preguntadle si se llama Goriug....
y si responde que sí, hacedle entrar.
.Annesl. Por esta puerta? (Señalando á una puer-
tecita secreta d la izquierda del espectador. )
Straf. Nó. Ya sabéis que esa es la puerta por donde
entra el Rey, y podríais encontraros con él en
(21) , t
el corredor. No quiero que S. M. vea a ese hom-
bre.... Le haréis entrar por esa otra. {Señalando
la puerta del fondo.) (Pase Annesley.)
ESCENA II.
straffobt hojeando los papeles.
Goring lo sabe todo.... ó al menos debe saber-
lo todo, porque para eso le pago.... quizás me
contará alguna cosa interesante.... Mientras viene
registremos todos estos informes... «San Juan,
«Elliot, Strode, Seldeu!" Siempre conspirando!...
( Recorre los papeles. ) Revolucionarios por dó
quiera.... Oh! cómo me aborrecen estos hom-
bres! «M. Pym" este, este sobre todo. Conti-
nuemos: «Entre ellos hay también un tal Wi-
»lliams, ú Oliverio d' Huntingdon , diputado de.
»los Comunes por el condado de dicho nombre...
«aventurero con pretensiones de hidalgo." i que
se ha de ver comprometida la Magestad _por se-
mejantes hombres ! A dónde iremos á parar de
este medo? ¡qué será de nuestro desgraciado
país? Dios mió! «Es un original que habla me-
»jor el latín que el inglés; disputador eterno,
«porque es sabio, y al propio tiempo muy religio-
»so: es lo que se llama un santo. Autor de folletos
«realistas y parlamentarios á la par; de la Sa-
tinaría inglesa y del Proteo puritano.'''' Aquí
están los dos libelos. «Dtcese que tiene un amigo'
»con el cual se embarcó para Francia hace tiem-
»po, llamado Sir Roberto Cutler!" Yo conoz-
co este nombre.... si será el Cutler del conda-
do de Yorck? «Durante este viage ha tenido re-
»laciones con una joven del pueblo, llamada Sara
. ,( 22 >
wMursel , que vivía hace un año en París, y
«ahora se encuentra en Londres en una casa de
»Lincoln's-Ynn." Pero qué significan todas estas
tonterías: Goring quiere divertirse conmigo con-
ta'ndome chismes caseros. De dónde ha ido á
sacar estos insulsos apunte»? Ah! aquí viene.
ESCENA III.
STRAFFORT. OLIVERIO.
Straf. Os estaba aguardando; entrad.
Oliv. Aquí me tenéis, JVlilord.
Straf. {Levantándose.) Que' veo?.... No es Go-
ring!.... Qué queréis, caballero?.... Vos no sois
el que esperaba.
Oliv. Lo sé, Milord.
Straf. Pues no os han preguntado si erais Goring?
Oliv. Sí , y he respondido qne era yo.
Straf. Y por qué habéis fraguado ese embuste?
Oliv. Porque tenia tanto deseo de veros, como
vos tenéis de ver á Goring.
Straf. Y habéis pedido una audiencia.
Oliv. No lo he hecho, porque hubierais tardado mu-
cho en concedérmela.
Straf Pero bien sabíais que en cuanto os presen-
taseis se descubriría vuestro engaño.
Oliv. Es cierto ; pero también sabía que no se des-
cubriría el engaño hasta que hubiese entrado,
y que luego que hubiese entrado....
Straf Acabad
Oliv. Tendríais que escucharme, Milord, porque
tengo muchas cosas que deciros.
Straf. Y antes de todo, quién sois? ;
Oliv. Oliverio d' Hunlingdon , miembro de la cá-
mara de los Comunes.
(23)
Straf. Ah! {Volviéndose á sentar.) Hablad.
OIW. Ya veis que era inútil el que yo os pidie-
se una audiencia. t
Straf. Bien. Qué es lo que queréis de mi í
Mv. Un empleo civil, un grado militar, <> un be-
neficio eclesiástico ; una pluma , una biblia o
una espada; lo que gustéis. No os quiero mas
que eso. ~ •,
Straf Y os creéis apto para desempeñar cualquie-
ra de esos tres destinos indiferentemente.
Olh: Como que hace quince años que estudio pa-
ra poder desempeñar uno de ellos.
Straf. Sois noble?
■Olto. La hidalguía de mis antepasados se remon-
t hasta Enrique VIH, y Milord Keepper, obis-
po de Lincoln es primo mió. Hace diez y siete
años que recibí el bonete de maestro en artes,
cuando salí de la universidad. Por aquella épo-
ca me predijo un tal Brim que sena uno de
] 0S mas firmes apoyos de la iglesia cristiana
pero fué error sin duda por no decir impostu-
ra. Sin embargo ¿empre tengo P resc ° te |T°-
11a predicción, y hoy mas que nunca, Milord
porque solo de vos depende el que se realice.
Straf. (Sonriéndose.) Y sois tan diestro en el ar-
te militar como en la ciencia escolástica t
Olí,. Por lo menos sé todo, lo que debe > saber un
soldado, Milord; he aprendido en *™ nc, f *
modo de llevar airosamente una espada, y en
Inglaterra el modo de manejarla con brío: me
hallé con Lord Buckingham en el sitio de la Bó-
chela, Y en él pereció á mis manos el Barón
de ChaJtal. He ¿tado en la toma del fuerte de
la Estrella, á las órdenes de Guillermo de Isa-
ssau, y tuve la gloria de plantar nuestra ban.
(24)
dera en la muralla ¡ por esta acción merecí que
Federico de Orange me vaticinase que llegaría á
ser un gran capitán.... Pero sin duda el Dios
de los ejércitos no ha hecho caso de la pre-
dicción, porque el príncipe de Orange se en-
gañó, como se habia engañado el astrólogo Brim.
Straf. Entonces sería aventurado el dudar que no
estuvieseis tan instruido en política como pare-
ce lo estáis en el manejo de las armas.
O/iV. Milord, solo os diré que he tenido en Fran-
cia un grande amigo que me honraba con su %
aprecio, y que fué mi maestro en política.
Era el cardenal de Richelieu: también ese lle-
gó a' anunciarme que yo sería en Inglaterra lo
que él es en Francia. Pero sin duda Richelieu se
ha engañado como se engañó el príncipe de Oran-
ge, como se engañó el astrólogo Brim, y como
yo mismo me engaño algunas veces que llego a' fi-
gurarme que seré algo.
Straf. Y de esas tres carreras, ¿ha'cia eua'l tenei
mas inclinación?
Oliv. Hacia ninguna; os he dicho que me creías
apto, pero no os he dicho que las tuviese in-
clinación. ¿Os sonreís, ^Milord? pues yo tiemblo;
me asusta mi suerte venidera; creo que el destino
me tiene reservado el figuraren primer lugar en
grandes sucesos, y por eso quisiera que vos me
hicierais cambiar de suerte, y si es posible me ale-
jarais de mi país.
Straf. Vuestros presagios parecen amenazas.
Oliv. No amenazo, Milord, sino que conozco que
es llegado el instante, en que se va' a'decidir de mi
suerte. He recurrido a' todos los medios para apa-
gar esta sed de ambición que me devora, y siem-
pre inútilmente. Hampdem y Pym son mis amigos
(25)
íntimos. ¿Ignoráis que Hampdem fué el primero
que se negó á pagar el impuesto? ¿Ignoráis por
ventura que fué preso por orden del Rey, y pues-
to en libertad por orden del pueblo? Pues ese
Hampdem es mi amigo, Milord, como también
lo es Pym, y ambos os aborrecen. Ambos son los
órganos del pueblo Milord, temed que yo llegue
I á unirme á ellos, y si podéis impedirlo, creedme,
[ no dejéis de hacerlo, porque os conviene mucho
í que yo sea vuestro amigo.
ttraf. Ya veis que be dado pruebas de paciencia,
pues os be escuchado tan largo tiempo: ahora voy á
demostraros que aun cuando he estado muy lejos
de Londres, no por eso desconozco á los de vues-
tro partido, ni ignoro loque valen. Vuestro ami-
: go John Hampdem es un hombre lleno de probidad,
pero fanático y demente, es un republicano pre-
maturo que si algún dia llega á tomar ascendiente
sobre el pueblo, llegará á desarmar el poderoso
brazo de la monarquía. Pym es un hipócrita, un
! ambicioso, hechura del conde de Bedford: misero
representante de la mísera aldea Tavistock: por
último, es un triste abogado que no teniendo nin-
guna causa que defender, se ha metido á defen-
' der la del pueblo; y que en cuanto se le sepa ta-
par la boca, defenderá la causa del Rey como
ha defendido hasta ahora la del pueblo. En cuanto
á vos, que no sabéis aun si seréis un fanático como
Hampdem, ó un intrigante como Pym, vais dan-
do ya pruebas de no ser ni uno ni otro, sino de
llegar á ser quizás un traidor.
Oliv. ¡Milord! {Dando un paso.)
Straf. Oh! yo os he escuchado hasta el fin, conque
escuchadme á mí también: voy á enseñaros prue-
bas. Aquí tenéis dos libelos, que se venden pú-
(26)
Juicamente en Londres, y que insultan á dos Mí
gestades; á la del Rey, y á la del pueblo. El qi»
insulta al Rey, se titula la Samaría inglesa. I
invectiva contra el parlamento tiene por título i
Proteo puritano. Sin duda conoceréis al autor d
estos folletos; yo también. Si me preguntáis cuí
será su recompensa, solo podré deciros que un '
de dos, porque para tan infames libelos no ha f6
mas que dos contestaciones, o la hoguera del ver 1 !
dugo, ó la mofa de la Inglaterra entera. f
Olw. ¿Y qué queréis decirme con eso? f
Straf. Nada. Os parece que para obtener un gradJ 1
de oficial os recomiende al Rey como autor d(f
la Samaría inglesa? n
Oliv. ¿Cómo? «i
Straf, O queréis mas bien que para asegurar <$e'|
todo vuestra posición política en la ca'mara baja,"
envié a M. Hampdem, vuestro pariente, y á vues &
tro amigo Pym, un ejemplar de vuestro Protei n
puritano? n¡
Oliv. Mi lord. ¡
Straf. Es cierto que aun os quedara' el recurso y hí
esperanza de obtener en la carrera eclesiástica
alguna prelacion ó cardenalato. Milord Keepper e »
primo vuestro, y seria un gran protector; pen J
¿creei s que os concederia su protección, si supie Í J
se cierta aventura que os acaeció en Francia coi ¿'
una....? Vos lo sabréis mejor que yo sin duda, por T
que tengo mala memoria; con una tal.... Sara Murj a
sel, así se llama, ¿no es cierto? 1
Oliv. Basta ya, Milord. Es cierto que existen esoj
folletos, pero sin nombre de autor, y pueden atri
huírselos á cualquiera; bien os atribuyen a' vos
las desgracias de la Inglaterra... así como cualquier
ra puede negar también que es su autor. En cuanto
(27)
• esa ióvcn que vos llamáis Clara ó Sara Mursel,
«eun creo que V.abeis dicho.... es también cier-
o que la he conocido en Francia, porque he Ti-
ldo en casa de una lia suya.... la he visto y la he
bablado como se habla con todo el mundo.... pero
desde entonces no sé lo que ha sido de ellas.
af. Yo os lo diré. Esas dos mugeres están desde
yer en Londres y viven en una casa de Lincoln s-
¿ *En Londres! {Aparte.) ¡Sara ha venido á Lón-
Ires!.... Imprudente! (Annesley sale muy aguado,
r se acerca con aire misterioso á Straffort.)
raf. Qué queréis? {Solviéndose.)
nnesl. ¡Milord!
af Decid presto.
inesl. Ya han llegado las noticias que aguarda-
bais del ejército.
* a f ¿Es un correo?
inesl. Butler en persona.
raf. ¡Butler!
inesl. Viene de Durham.
<-af. Ah! viene á anunciarme nuestra victoria
sin duda.... hacedle entrar. Pero si me engañase,
y en vez de venir á participarme una victoria....
(Mirando con recelo d Oliverio.) No, no de-
bo recibirle aquí: yo mismo iré. {A Oliverio.)
Tened la bondad de aguardar un instante: vuelvo
al punto. {Váse.)
liv. Aquí espero, Milord.
(28)
ESCENA IV.
oliverio solo. (Se sienta.)
En vano le he pedido la paz. Lo que quie
es guerra a muerte. ¡Pobre Insensato! Sabe a
yo he escnto esos dos folletos: sabe que Sé
Mursel ha vemdo á Londres, é Ignora que {
vez en este mismo instante, P jm y Hampdem
acusan de traic.on en alto grado ante la cama
de los Comunes Milord, tu policía que todo
sabe no haolvudado mas que una cosa, au
que de poca importancia en verdad, y es que
cabeza corre riesgo. Oigo ruido en esta puerta
SfrioI e Í. D ° ^ en S aSo — i es ^ Rey! el Re
ESCENA V.
OLIVERIO. CARLOS.
Carlos Mé .habían dicho que estaba aquí.... dónd
esta Straffort? (d Oliverio.)
Oliv. Acaba de salir en este momento, señor
Carlos . ¿Y sabéis cuánto tiempo hace que ha llegado >
Vliv. Una hora poco mas ó menos ¡
Carlos. Yos sois sin duda Butler, el secretario qu
me ha recomendado? (Dándole un papel ) Tened
Olw. La letra es de Milord.
Carlos. Sacadme al punto una copia: la necesito e
el acto: aquí aguardo. (Se sienta en el bufe*
de Straffort, y hojea los papeles.)
Oliv. (Leyendo.) ¿Qué es esto? ¡es la Providenci
Ja que hace venir á mis manos este papel! ¡Oh
¡creo que sueno!.... no, no me engaSo. (Se sien
(29)
a, y lee al paso que escribe.) «Los Gefes del
> ejército real eríviado contra los escoceses han
»sido instruidos de las culpables tentativas de la
» cámara baja del parlamento inglés contra los
i, sagrados derechos del Rey, el cual los tiene de
»Dios, y han resuelto coaligarse para protestar
«desde luego abiertamente, y armarse en seguida
»si fuese necesario, contra tan criminales intentos:
» el ejército está pronto á sostener la causa del Rey
«contra el parlamento británico, y en prueba de
-ello vá firmada esta declaración por sus princi-
» pales gefes y oficiales. Dios proteja el covenant
»del Rey. Firmado. Straffort." Oh! Pym!
Pyni! Si tuvieses esta prueba en tu poder para
hacer valer tu acusación. (Se levanta, y pre-
senta al Rey el original y la copia de la carta )
irlos. (Tomándolos y doblando la carta original.)
¿Conocéis á un tal Goring?
liv. Sí señor : es un oficial del ejército real?
irlos. El mismo. Straffort me ha dicho que nos '
podemos fiar en ese hombre.
íiv. Si Milord lo ha dicho, debe ser cierto.
irlos. Pues bien, id inmediatamente y entregad-
le esta carta.
m. Yo!
arlos. Le diréis que es de vuestro señor, y que os
la he dado yo mismo; que mando que salga^ in-
mediatamente para Escocia, sin descansar ni de
dianide noche hasta que se reúna con el ejército.
Decidle que entregue este pií ego al conde de No-
thumberland, que ha quedado encargado interina-
mente del mando en gefe del ejército en lugar de
Straffort. El conde está ya avisado, y sabe lo que
debe hacer. Despachad.
)Z¿V. Señor 1 Señor!.... el cielo os guarde. (Fase.)
(30)
ESCENA VI.
CARLOS SOlo.
Straffort tiene razón. Veremos que es lo que di«
los miserables tribunos del pueblo cuando le
esta protesta clavada en las puertas de Westmii
ter, y firmada por mas de mil oficiales y ge
del ejército. Si lo que no es probable, la rebelj
persiste, entonces el ejército esta' comprometió!
y sostendrá la causa que ha jurado defender. O
ese partido de los presbiterianos es temible j
bandera del pueblo quiere ondear triunfante ari
la bandera del poder real. Miserable bandera, fd
mada de hojas de la Biblia y de harapos encarrj
dos.... Bien se deja conocer por su color que ]
sido hecha con la toga de un cardenal, y que l\
chelieu es el que la ha dado ese color de púrpu
á fuerza de sangre.
ESCENA VIL
garlos, straffort. (Muy agitado.)
Siraf. (Acercándose al Rej.) Ya veis que no 1
tardado, amigo.
Carlos. (Volvie'ndose.) Straffortl
Straf. El Rey! S. Mi
Carlos. (Abriéndole los brazos.) Straffort! querid /
Straffort ! (Straffort le besa la mano y mira al rt
dedor.) Pero, qué ¡eneis? qué buscáis?
Straf. Nada, señor, nada, (Mirando otra vez.) nad
(31)
arlos. ¡Ah Milord, cuánto deseaba vuestra lle-
gada! me hacíais suma falta. Por qué habéis tar-
dado tanto tiempo en venir?
traf. Señor, era preciso reparar el descalabro de
Newburn, y desquitarnos victoriosamente con las
tropas de Lesly. Eso es lo que he hecho, y por lo
que no he venido antes á Londres.
irlos. Apruebo' esa conducta, Milord.
traf. Por desgracia un nuevo desastre....
arlos. ¿Qué decís?
traf. Acabo de saber que Durham está en poder de
los Escoceses.
arlos. Volveremos á apoderarnos de él, no es ver-
dad, Milord? Lo esencial ahora, es que estéis aquí
ánii lado, porque en este momento tengo mas ne-
cesidad del auxilio de vuestra cabeza que del de
vuestro brazo, y me dan menos que temer los re-
voltosos de Escocia que los rebeldes de Londres.
¡traf. La bondad de V. M. ha dado lugar á su
insolencia, y á que se atrevan á desafiarnos con
ademan amenazador.
lados. Nosotros haremos que bajen el tono y
dejen ese ademan. {Apoyándose familiarmente
sobre el brazo de Straffort.) Ya te acordarás de
aquella protesta queme enviaste para el ejercito:
Straf. Sí señor.
Zárlos. Pues en este momento está caminando para
Uraf Y supongo que V. M. no habrá entrega-
do un papel de tanta importancia mas que á algu-
na persona de la mayor confianza.
Carlos. Me parece que no podia escoger persona
mas adicta y segura que tu secretario.
Straf Mi secretarlo!
Carlos. Sí, tu secretario Butler, el que tú me has
( 32 )
recomendado : le he encontrado aquí mismo he
jeando esos papeles....
Straf. Cielos! señor, esplicaos por piedad, porqu
tengo una sospecha terrible.
Carlos. Digo que he encargado a' un hombre que s
hallaba aquí, y que era tu secretario, que llevas
demi pártela protesta á Goriug, dándole órde
de salir al instante para la frontera de Escocia.
Straf. Oh! sin duda la maldición persigue á la des
graciada Inglaterra.... ¡Plegué al cielo que yo sol
sea la víctima de vuestra ciega confianza!
Carlos. Qué dices?
Straf. Que ese hombre que habéis tomado por m
secretario, y a' quien habéis confiado un secreti
de estado mortal... porque lo es, ese hombre, digo
es un enemigo, un rebelde, un colega de Pyn
y Hampdem, un parlamentario en fin.
Carlos. Qué oigo?
Straf. {Cogiendo los folletos.) Tenia su honor en
tre mis manos, señor, é iba a' entregarle alvilipen
dio de la Inglaterra, pero vos habéis puesto mi vi
da entre las suyas, y habrá ido á pedir mi cabeza!
Carlos. Tu cabeza! oh! qué es lo que dices, Straffort
No sabes que para conseguirlo, es preciso mi con
sentimiento real? Ah! maldecida confianza, qu
siempre rae ha perdido!
ESCENA VIII.
dichos, goring. (Pálido y desatalentado.)
Goring. Milord! Milord! {Advirtiendo en el Rey},
¡Ah! perdonad, señor.
Straf. Hablad, qué hay?.... hablad presto.
Goring. Milord.
(33)
Straf. {Con mucha serenidad.) El Key os manda
que habléis, Goring ; obedeced.
Goring. Milord, en lk' cámara baja hay un grande
alboroto; Pyni os ha acusado de alta traición con-
tra el pueblo.
Carlos. De traición! quién? Straffort!
Straf. Continuad, Goring.
Goring. Pero esta acusación iba á ser desechada
por la mayoría de los Comunes —
Carlos. Ya ves que aun hay hombres de honor en
Inglaterra.
Straf. Dejadle acabar, señor.
Goring. Cuando entró el llamado Oliverio preci-
pitadamente, y pidió la palabra.
Carlos Oliverio!
Goring. Entonces leyó en alta voz una protesta di-
rigida al ejército, firmada por vos — y sellada
con el real sello una proclama ó cosa seme-
jante.... en fin, nadie quiso creerle pero se le-
vantó, y fué a' depositarla sobre la mesa — todos
bao reconocido vuestra letra, Milord.
Straf. Y por último.
Goring. El orador ha declarado que la cámara de
los Comunes quedaba constituida desde aquel mo-
mento en tribunal. Ha dado orden de hacer salir
de la ca'mara á los que no fuesen miembros de los
Comunes y de cerrar las puertas de W estminster.
Straf. Ya lo oís, señor, no me había engañado.
Carlos. Tenias razón : Dios ha lanzado su maldición
sobre la Inglaterra.... pero no temas, Straffort, tus
enemigos no se atreverán á votar un bilí de acu-
sación, y ademas, qué os el parlamento? una
asamblea de facciosos que yo puedo disolver dan-
do orden de levantar la maza de plata de la me-
sa de la ca'mara.... ¿ Crees por ventura que ese ce
3
(34)
tro puede contrastar el poder del mió? Animo
Milordj si la cámara baja os acusa, la cámara
alta os prestará su apoyo. Haceos presente á los
pares, y volved en seguida á mi lado; acordaos
que soy vuestro Rey y amigo. Marchad, y si este
es un choque entre la soberanía y el pueblo, es-
pero que no vacilareis en admitir el desafio y ser
mi padrino. '
Straf. Señor, yo entraré en la palestra antes que vues-
tra Majestad. Entre tanto, Dios venga en mi ayuda.
{Straffort besa Id mano al Rey , y váse con Go
ring. El Rey sale por la izquierda.)
rm del cuadro primero.
^ _ __
CUADRO SEGUNDO.
Una casa de campo de Lincoln's -Ynn, en Londres.
ESCENA PRIMERA.
SARA. MADAMA DAPPEL.
Sara, lia mía, y cuándo me permitiréis que le
avise de nuestra llegada?
Dap. Cuando el abogado que he mándalo llamar
nos diga si las leyes de Inghterra nos ayudarán
para hacer cumplir á ese hombre sus juramentos.
Te ha dado promesa escrita de casamiento.
Sara. Pero por qué recurrís á ese medio... Oliverio
me ama, ó al menos parecía que me amaba, y es-
pero conseguir mas con mi presencia y los gratos
recuerdos que escitará en su corazón , que hacien-
do valer ese papel en que no hay escrita ni una
sola palabra de amor.
Dap. Confiada ! ignoras que no hay recuerdos que
no se olviden? que no hay promesas que no se
las lleve el viento?
• Sara. Sí , sí; pero es que le recordaré el tiempo de
nuestros amores; le haré suspirar de , nuevo, en pos
de aquel tiempo en que ói unos los dos Un dicho-
sos; le traeré á la memoria nuestros paseos solita-
rios delante del castillo deVinccnnes, cuya gótica
mole contemplaba siempre meditabundo.
Dap. Sí, meditando en su política maldita! tú le de-
cías: Oliverio, si supierr.fi cuanto te amo; y él se
(36)
volvía hacia su amigo Cutler, le señalaba las tor-
res de la prisión real, y le decia: Cutler, no olvi-
déis queá los ministros de los reyes no se los debe
herir mas que en la cabeza... lo oís!
Sara. Es cierto que sus pensamientos se remontaban
a veces tan altos como el águila en su vuelo y le
transportaban al cielo ; pero era un solo instante
y al punto la política cedia el campo al amor.
Dap. Has olvidado que al paso que se aumentaba el
amor que te tenia, fué entibiándose la amistad que
le unía á Cutler?
Sara. No, tia mia; pero esa tibiera era muy natural.
Sabia que Sir Roberto me amaba, y que desde la
edad de trece anos estábamos destinados uno á
Dap. Poco tiempo después dejaron de hablarse , y
una mañana salieron al rayar el dia hacia Vincen-
nes para dar una vuelta , según dijeron ; pero no
volvió mas que uno solo...
Sara. No era él...
Dap. El que vino estaba herido.
Sara. De muerte.
Dap. Y espiró en nuestros brazos... el otro...
Sara. No volvió ya...
Dap. El otro era Oliverio, era el que le había herido,
y desapareció de París... habiendo cometido un
perjurio y tal vez un asesínalo.
Sara. Oh! no digáis esas cosas.
Dap. La única palabra que pudo pronunciar Cutler
al espirar, fué el nombre de Oliverio.
Sara. Sí, pero era para decir que no le acusaran de
su muerte.
Dap. Pobre Sara, tú le quieres demasiado! Sin em-
bargo, es preciso hacer cumplir á ese hombre lo
-que ha jurado: tú tienes una promesa escrita, yo
(37)
un secreto suyo; nos servirán de armas contra el
en último caso. Por eso solo es por lo que he
mandado llamar á un abogado. {Oliverio aparece
en el fondo.) .
Sara. Hacéis muy mal, tía mía; mas valdría que
le hubieseis escrito nuestra llegada.
Dap. Para qué? mi carta no le hubiera becho venir.
ESCENA II.
dichas, olivemo que se acerca á ellas.
Oliv. Ved como os engañáis, Señora; aquí le te-
neis sin que le hayáis llamado.
Sara. {Corriendo á él.) Oh! Oliverio! él es! tía mía,
veis como me ama ! es él !
Dap. Y cómo habéis averiguado...
Olí El como no hace al caso si ya me tenéis aquí
tos que dudáis de todo, dudareis que yo sea
yo' mirad como Sara no duda de nada y me abra-
ía. Sí, querida Sara, soy yo, tu Oliverio. (En voz
baja.) Pero escucha: tengo mil cosas que decirte;
haz que tu tía nos deje un instante solos; es preci-
so que yo te hable. :' .
Sara. (Dirigiéndose d Madama Dappel.) Tía mía.
Querida tía ! (Acariciándola.)
Dap Sí ya le entiendo... me retiraré; (En voz ba-
ja.) pero no le be de perder de vista, porque no
quiero que se nos escape otra vez.
■
(38)
ESCENA III.
OLIVERIO. SARA.
Sara. {A Oliverio que se queda mirando salir á
Madama JJappel.) Por fin nos deja solos, Oliverio
mío. Ven aquí. (Le hace sentar á su lado.) Di~
me, sientes placer en volverme á ver?
Oliv. Sí , Sara , en este momento me encuentro fe-
liz , aunque no es esta, por cierto, la ocasión mas
oportuna para vuestra venida á Inglaterra.
Sara. Qué dices ? para mí ninguna ocasión fes mala
cuando se trata de verte! no anduviste tú muy es-
crupuloso en buscar ocasión de dejarme.
Oliv. Y qué queríais que hiciera? queríais que me
hubiese quedado en París, después del lance que
tuve con Cutler? Haheis olvidado el decreto de
Richelieu sobre los desafios?
Sara. Luegoies cierto... tuvisteis un duelo?
Oliv. Era preciso acabar con aquel hombre: era rea-
lista, papista, amigo del arzobispo Laúd, y qué sé
yo que mas!
Sara. Ah! con que es decir que no ha sido porque
me amaba por lo que os haheis batido?
Oliv. Sí, sí, también por eso. En fin , maldita la ga-
na que tenia de habérmelas con Richelieu , ni de
subir atomismo cadalso y por la misma causa que
Bouteville. Me hubierais querido mas decapitado
en Francia, que sano y salvo en Inglaterra.
Sara. Oliverioj vuestras palabras y vuestro tono en-
cierran una ironía. ..
Oliv. No os lo niego, pero vos me perseguís tam-
bién con un empeño que... .
Sara. Yo, que es lo qué decís!
(39)
Oliv Sí, vos, y justamente en el momento en que
la rueda de la fortuna va á precipitarme á un abis-
mo, ó á elevarme al poder, venís hacia mi para
que sea vuestro marido.
Sara. Sí, porque sois el padre de mi hijo ; solo he
mirado eso al venir á buscaros, y no si temáis tí-
tulos ó dignidades; si no sois nada me tendré por
dichosa en poderos elevar hasta mí ; si sois pode-
roso mi orgullo se cifrará en descender hasta vos.
Oli». Sara, sé que os adornan las virtudes de un an-
ee!, pero miráis la tierra por lo mismo desde muy
alto y se os ocultan nuestras miserables rencillas
y nuestras ambiciones ruines. He necesitado diez
años para conseguir un puesto en el parlamento,
Y ahora necesito mil afanes para formar un parti-
do y ponerme á su cabeza ; juzgad si temblare el
que el capricho de una muger zelosa venga a des-
acreditarme con la secta rigurosa y severa a que
pertenezco. Todos mis colegas del parlamento son
también puritanos, y así como yo observo a cada
uno de ellos, ellos observan hasta mis menores
movimientos, ninguno de nosotros puede delin-
quir en la mas ligera falta sin verse deshonrado.
Es un tiempo de terribles pruebas , Sara , y por lo
mismo debéis conocer que vuestra presencia aquí
me perjudica, qne vuestro viaje puede perderme,
v que debisteis no haber venido. _
Sara. Sabéis que ese lenguaje me estrana sobrema-
nera, y que es muy diferente del que usabais con-
mico en París? p ,
Oliv. Es que es preciso que recordéis que en Fam
nadie teme ni á los puritanos ni al covenant; que
allí tenéis una Plaza Real, una Manon Delorme,
una Ana de Austria; que allí está al frente del es-
tado un rey débil que se deja guiar por un minis-
(40)
tro fuerte ; es decir que todo se equilibra y q ue
un poder neutraliza al otro! por último, que en
París se vive, y que aquí nos batimos...
Sara. Basta de escusas, Oliverio, conozco que que-
réis ser libre; yo todo lo puedo para haceros feliz
pero nada puedo para vuestra ambición , lo co-
nozco, y ese es mi pesar; pero no se trata de mí
únicamente, se trata de mí hijo , al cual es preciso
dar un nombre. ¿Olvidáis que sois noble, Sír Oli-
verio, y que me habéis dado vuestra palabra de
uniros conmigo?
Oliv. Lejos de olvidarla sé que tenéis razón y que
os he dado por escrito la palabra que decís; pero
me es imposible cumplirla.
Sara. Y qué ! seríais tan cruel que me rechazaseis
después de haberme seducido con falsos halagos?
Seríais tan desnaturalizado que os mostraseis sordo
cuando os hablo en nombre de lo que debiera ser
para vos mas sagrado en el inundo? Oliverio, si
fuese así , me obligaríais á dar un paso arriesgado,
apelarla á las leyes de este país, y si es preciso
iría á mostrar vuestra promesa al mismo rey de
Inglaterra. (Sale Madama Dappell.)
Oliv. No creáis que son las amenazas las que me ha-
rán cambiar de resolución; repito que tenéis ra-
zón en lo que decís, Sara; pero yo también la ten-
go en lo que os he manifestado. Sed prudente y es-
perad... quizás con el tiempo. (Movimiento de Sa-
ra.) Por último si estáis resuelta á atropellar por
todo para lograr vuestros intentos, haced lo que
gustéis ; las leyes de esle reino protegen á los ex-
trangeros como á los mismos Ingleses... DIrigíosal
Rt->y, al ministro, y no dudéis de que conseguiréis
vuestra súplica, porque pertenezco á una secta
perseguida, y me juzgarán tal cual me hubiesen
(41)
delatado. Adiós. (Vá á salir y Madama Dappel
\ le detiene.)
\ap. Una palabra, Señor mió?
iliv. (Impaciente.) Qué me queréis?
\ap. Yo también tengo que hablaros en vuestro
'< propio interés y en el de vuestras miras ambicio-
sas. (Hace una sería á Sara, y váse ésta.)
fliv. Pues despachad.
)ap. Pero como soy una muger sin conocimientos
en este pais, sin defensor, é ignorante de las le-
yes, no llevareis á mal que un tercero presencie
nuestra entrevista. (Llama.) Es mi consejero, que
si es preciso sera' mañana mi abogado. (Al Cria-
do.) Decid que puede entrar. La presencia de ese
legista os será sin duda muy grata, porque es uno
de vuestros colegas del parlamento, y aun creo
que es de vuestros amigos.
)liv. Qué veo! Pym aquí!
ESCENA IV.
menos, ptm.
i
tap. (A Pjm.) Ya sabéis , Señor, para qué asunto
os he hecho venir ; os be hablado de un compro-
miso grave, de una promesa de casamiento , no es
verdad?
^jm. Sí Señora.
Dap. Pues tened la bondad de decirme vuestra opi-
nión acerca de este asunto delante del Señor Oli-
verio que os está oyendo. Es vuestro colega y no
debe inspiraros desconfianza. Hablad y decidme
qué protección me dan las leyes en este caso, y
qué debo esperar de ellas.
»iym. Todo hombre que haya dailo una promesa de
(42)
casamiento por escrito y sin haber mediado eng
río ni violencia está obligado á ratificarla por c
Sarniento.
Dap. Y si se niega á hacerlo , en qué pena incurr
Pym. En la de prisión.
Dap. Y cualquier funcionario público puede int
marle esa pena, no es cierto?
Pym. Sí , interinamente, y si lleva sobre sí la pr
mesa de casamiento.
Dap. En ese caso recurro á vos, como abogado!
como parlamentario, para que llaméis a un Cons
ble y hagáis prender á este hombre, porque se ni
ga á cumplir esta promesa suya escrita y dada s
engaño ni violencia. (Llamando.) Id á avisar
un Constable de parte del Señor Pym, abogado
parlamentario, que le necesita para que desempeí
las funciones de su cargo. (Váse.)
Pym. Es vuestra esta promesa?
Oliv. Yos conocéis mi letra y mi firma , con qi
vedlo.
Pym. Y la disteis sin engaño ni violencia?
Oliv. La <lí por voluntad propia y con mi pleí
consentimiento.
Pym. Pero os negáis a' cumplirla?
Oliv. No me niego: difiero .
Pym. Por qué causa?
Oliv. lia causa solo se la diré á Sara ; si después qi
la hubiese hablado insiste aún en querer ser a
muger, lo será.
Dap.^ (Poniéndose en medio.) Oh! no esperéis ei
ganarnos por mas tiempo. Os conozco ya : enti
tanto podríais sustraeros de la justicia huyendo
Francia, como huísteis de allí para venir á IngL
térra. Oh! no, no! persisto en mi petición; las L
yes están en favor mió y las invoco ; os condena]
(43)
así como no habéis tenido palabra conmigo, no
ndré yo compasión con vos. Señor , en nombre
} las leyes de Inglaterra, de que sois représen-
me, os pido que mandéis prenderá este hombre.
n. El arresto que reclamáis os imposible, Señora,
i. Imposible! qué es lo que decís?
n. Yo no puedo ser en este caso mas que un
mseiero vuestro y nada mas. ,
- Y nada mas, Señora ; tiene razón, y podéis
i-eerle: si estuviera en su mano el mandarme
tender os aseguro que lo haría con mucho gusto,
lo es verdad? (A Pym.)
\i. Señor Oliverio!
¡ , Eh! dejaos de esclamaciones, y confesad fran-
gente que no os sabría mal el poder desemba-
laros de mí.Un enemigo vul gar no hubiera repa-
ado en el caso, y hubiera atentado contra la se-
uridad de mi persona , lo creo muy bien. Pero
fos, Señor Pym, abogado y parlamentario sabéis
nuy á fondolo Inútil que hubiera sido tal tenta-
ba, y que los Constables hubieran venido en ho-
^a menguada para ellos á poner sobre mi otra
nano que la de la ley !
m. En efecto, sé que la persona de un diputado
>s inviolable ; sea que se halle en la cámara , sea
1U e se halle fuera de ella; y que esta prerogativa
tolo cesa en un caso.
b». Guál? ''., . .j.
;m. Cuando es acusado de asesinato u homicidio.
\p. (De pronto.) Y habiendo cometido ese cri-
men cesa de ser inviolable un diputado, no es
verdad?
\m. Sí Señora. ,
\tp. Pues entonces prended á ose hombre: yo le
'acuso de asesino y homicida.
(44)
Olw. {Levantándose .) Yo!
Dap Sí, vos, porque habéis asesinado á Sir Rob,
Gutler, caballero Inglés, del condado de Yo
Olw. Por Dios Santo que lo que decís es falso, í
ñora! ese Roberto Cutler de que habláis ha mu
to á mis manos en un desafio, pero le he mué
defendiéndome y las armas eran iguales • am
llevamos estoque y daga ; si sucumbió á mis É
pes no fué porque mi espada fuese mas larga
mi daga mas aguda, sino porque Dios habia
suelto su muerte, y Dios puede lo que quiere.
Pym. Es decir que os declaráis culpable de
muerte de ese noble?
Olw. Yo no digo que soy culpable de su muerte ,
que digo es que le he dado muerte.
Dap. {A P r m.) Pues bien, no olvidéis la declarac
que acaba de hacer; yo me encargo de prol
que el acusado ha sido homicida ; el acusado
cuidará de probar que el homicidio fué á con
cuencia de un desafio.
Pym. No le será muy difícil , porque sin duda 1
varían padrinos?
Oliv. No los llevamos, y esa muger que me ac.
sabe muy bien el motivo: no llevamos padrii
por no deshonrar á su sobrina. Mi duelo con
Roberto Cutier fué un lance de honor, y es
cual se puso bajo la salvaguardia del honor <
otro; yo le di muerte como él hubiera podido d
rnela. Dios tenga en descanso su alma!
Pym. Siendo así me veo en la precisión de preñe
ros hasta tanto que presentéis pruebas de lo q
exponéis.
Oliv. Pues daos prisa... porque ya estoy harto
disputar... con mugeres y con abogados.
Pym. (Dirigiéndose hacia él.) Señor Oliverio , s 1
ed que aunque abogado sé batirme tan bien co-
10 el primer oficial de los ejercí IOS reales !
>. Sea enhorabuena. Daos ptisa y venid... estoy
ara lo que gustéis. [Aparte.) Así como asi es el
nico medio de salir de esta casa. {Alto.) No venís.
o. {Deteniendo d Pjm.) Dónde vais? deteneos...
s preciso que cumpláis con vuestro deber. {Pym
ue había dado algunos pasos para marcharse
ntehe al proscenio.)
>. Ah! ah! el pendenciero se vuelve á acordar de
¡jue es legista... ya me lo esperaba. — En fin...
lespachad... y cumplid con vuestro oficio!... Ape-
laré á la Cámara, y ya veremos si la Cámara me
Aeja en libertad bajo caución.
tp. Pues qué! la Cámara puede poner en libertad
I este hombre, decid? {A Pjm.)
im. Sí puede , Señora ; á menos que el Rey no le
reclame como reo de justicia mayor.
\p. Oh! cómo haría yo para ver al Rey, y poder-
me echar a" sus pies. (Se oye un gran rumor
dentro.) ' .
[tV. (Mirando por la ventana.) Ahí .tenéis justa-
imenle á su ministro... el pueblo viene persiguién-
dole a pedradas.
\)ces dentro. Muera el Conde de Straffort! muera
¡el enemigo del pueblo! muera! muera!!
Vm. Es un motín... el pueblo está alborotado y
furioso : le van á malar sin dejarnos tiempo á que
i nosotros le quitemos la vida sobre un cadalso;
ap. (Al Constable.) No os mováis, Señor Cons-
table, no os mováis; aun tenéis que hacer aquí.
ym. Que veo! cierran todas las puertas, no tiene
'ningunalparte donde Ve fugiarse.( Mirando siempre.)
pees dentro. Hurra ! burra! Straffort! Muera!
muera !
(46)
Pym. Han desenganchado los caballos de su ce
y le obligan á bajar... los Sheriffs le han rode«
pero no podrán defenderle contra tanta gent
el populacho vá á acabar con él.
Voces. Muera el Ministro! muera el renegado! oj
ra el traidor! muera!
Oliv. (Con frialdad.) Señora, si no he oido mal
searíais tener una audiencia del Rey?
Dap. Oh! y la obtendré!
Oliv. No lo dudo, porque eí lograrlo os es fácil
mo: no tenéis mas que abrir la puerta á su rnh
tro, y muy ingrato ha de ser si por tamaño sei
cío no os lleva él mismo á los pies de su Magest
Dap. Tenéis razón! cuando un consejo es buenoi
debe seguir venga de quien viniere. (Corre á
puerta y la abre.) Milord ! Milord! entrad aquí
Milord, venid. (Rumor, griterío.')
ESCENA V.
DICHOS. UN SHEUIFF. STRAFFORT.
Straffort se presenta sereno , pero sin sombren
con el vestido desgarrudo y manchado de barro,
punto que ha entrado vuélvese á cerrarla puert¿
Straf. (A M. Dappel.) Os doy muy encarecidas g
cías, porque me habéis salvado la vida... mil g
cías... ea medio de tantos rebeldes es siemj
grato el encontrar un corazón generoso, un coi
zon verdaderamente inglés.
Dap. Soy estrangera, Milord: soy francesa.
Straf. (Besándola la mano.) Poco importa cual j
vuestro pais , Señora , si me habeÍ6 libertado;
que únicamente temo es que quiza's no podré 1
(*7>)
cer nada en vuestro servicio. (Se oye un confuso
griterío fuera, las pedradas rompen un vidrio.)
\p. Muy al contrario, Müord, podéis hacer mucho
por mí. m
•af. Pues ved de decirlo presto, Señora, porque
temo que en breve no me quede mas que la vo-
luntad de mi inmenso poder.
ap. Es una gracia que quisiera me concedierais
mañana.
raf. Oh! espero que mañana seré todavía minis-
tro... qué gracia es esa, Stñora?
ap. Una audiencia del Rey para mi sobrina y
para mí.
raf. La obtendréis... (El griterío se aumenta
mas cada vez.) Si es que esta casa, en donde
creia encontrar un asilo , no se convierte en mi se-
pulcro, porque los hombres que gritan fuera esta-
rán quizás de iuteligencia con los que veo dentro.
I Constable.) Milord , estáis perdido... van á derri-
bar la puerta !
iap. Y no hay otra salida!
'.raf. (Con altivez.) En ese caso , abrid , Señor
Constable! (A Madama Dappel.) Señora, os doy
mi palabra de Caballero que si vuelvo á ver al
Rey cumpliré lo que os he prometido. Abrid esa
puerta, quiero salir aun cuando supiera que me
habían de asesinar en su dintel !
Hiv. (Yendo hacia él.) Muy mal nos juzgáis , Mi-
lord! somos vuestros enemigos, pero nunca sere-
mos vuestros asesinos... Os acusamos en la Cáma-
ra, pero no os tramamos asechanzas en las calles.
Asios á mi brazo, y os respondo con mi honor de
que nadie se atreverá á tocaros á un cabello.
traf Auuque debiera estrañarme en vos ese ofre-'
cimiento , le acepto.
(«)
Dap. {Bajo y con viveza á Pym.) Mirad que se \
á marchar ! que se nos escapa!
Pym. No temáis ; están ahí los Constables.
Straf. (Apoyándose en el brazo de Oliverio.) Vi
mos, hasta mañana, Señora.
El Constable. (Acercándose.) Perdonad , Milorc
tengo orden del parlamento para que el Señí
(Señalando á Oliverio.) no salga de esta casa.
Straf. (Con imperio.) Orden del parlamento, Señe
Constable?/.. Pues bien, si hay esa orden d<
parlamento, yo os digo que hay orden del fie
para que salga... lo oís?... orden del Rey!
El Constable. (Solviéndose hacia el Sheriff.) Orde
del Rey.
Sheriff. De orden del Rey dejad pasar. (Los dejuí
ticia se descubren y dejan paso á Oliverio au
lleva del brazo al Conde. Madama Dappel s
queda atónita.)
Pym. (Pensativo y solo en el proscenio después d
haber visto salir á Oliverio.) El Rey mas fuert
que el parlamento!... Mucha falta nos hace todi
vía ese hombre.
FIN DEL ACTO PRIMERO.
ACTO SEGUNDO.
La misma decoración del primer acto.
ESCENA PRIMERA.
oliverio. (Entre dos Guardias.)
Uno de los Guardias. Aguardad aquí á su grada
el conde de Straffort. (Los dos Guardias se
retiran.)
Qliv. (Solo.) Perfectamente. Ayer fui arrestado por
el parlamento, hoy por el Rey; ¿cuál es mejor?
en verdad que no lo sé. Sin embargo, mas vale
haber sido preso por el Rey, porque esto tiene
un color de persecución, que no dejará de hacer
su efecto en las cámaras. Veleidad del destino!
siempre que me he creído próximo á subir al po-
der, he sido precipitado; y cuanto mas terrible ha
sido la Caída, la casualidad me ha dado entonces
alas de águila para remontarme de nuevo aun
mucho mas que la primera vez: cuando yo creía
que iba perdiendo terreno, era que le tomaba para
levantar mas alto mi vuelo. Y ahora ¿que va á ser
de mí? sera' que he llegado por fin al termino de
mí fortuna, ó al fin de mis desdichas? Solo Dios
la sabe. (Queda meditabundo en medio de la
escena.)
(50)
ESCENA II.
OLIVERIO- GORING.
Goring. (Advirtiendo en Oliverio.) ¡Ah! Sir Oli-
verio! (Ká á él y le saluda: Oliverio no lo advier-
te hasta la segunda vez.) Sir Oliverio.
Oliv. (Se estremece y se vuelve.) j Ah! Goring!
sin duda os equivocáis señor mió?
Goring. Os tengo por el muy estimable Sir Olive-
rio d'Huntingdon, y por eso os saludo.
Oliv. Eso quiere decir que ignoráis que estoy preso
en este palacio de White-Hall.
Goring. Al contrario, lo sé.
Oliv. (Trayéndole al proscenio.) Entonces, señor
Goring, es preciso que después de mi prisión haya
sucedido alguna cosa estraordinaria, ó en la ciudad
ó en el parlamento, con que conta'dmela.
Goring. Con mucho gasto, Sir Oliverio, y me felicito
por ser el primero en daros una buena noticia.
Oliv. Una buena noticia!.... entenda'monos : una
buena noticia para el conde de Straffort vuestro
amo, ha de ser una mala noticia para mí, y la
que sea buena para mí, ha de ser mala para él.
Goring. Pues la buena noticia es para vos, Sir
Oliverio.
Oliv. Y por eso estáis tan alegre?
Goring. Hasta lo sumo.
Oliv. Qué escelente hombre es este Goring! Siem-
pre he observado en vos un gran fondo de to-
lerancia política, y un modo tan exacto de apre-
ciar las opiniones, que me ha parecido que anda-
bais indeciso por cual declararos. Pero vea-
mos: decidme esa buena noticia que os trae tan
contento,
(51)
Goring. Apenas se esparció el ruido de que os ha-
bían detenido aquí preso se reunió el parlamento.
El caballero Hampdem, vuestro pariente, hizo pre-
sente que vuestra prisión era efecto del pliego im-
portantísimo que depositasteis ayer sobre la mesa
de la cámara, y que hizo adoptar el bilí de acusa-
ción.... Ya sabéis.... aquella protesta terrible....
Oliv. Si es muy bueno el caballero Hampdem! ^
Goring. Añadió que estabais perdido si dejaban tiem-
po al ministro para castigaros, y que por lo mis-
mo era necesario darse prisa á castigar al ministro.
Mr. Pym se levantó entonces y apoyó la proposi-
ción de Hampdem. Por último se ha resuelto,
que entre tanto que se discutia y aprobaba el mo-
do de proceder ala prisión del ministro^ las tro-
pas rodearían á White-Hall , custodiando las
puertas para que nadie pudiese salir.
Oliv. Y entonces vos os escapasteis apresuradamen-
te de la cámara para avisar al Conde de lo que
pasaba; me habéis encontrado á mí, y mi vista ha
ocasionado tal revolución en vuestras ideas, un
cambio tan repentino en vuestra opinión, que ha-
béis dicho: la Providencia quiere que me declare
en favor de Oliverio, pues le hace salir á mi en-
cuentro: es uo aviso de Dios para que le confie lo
que iba á confiar á su gracia.... Cuando yo decia
que este Goring es un escelente hombre!....
Goring. Sí, confieso que me he dejado arrastrar....
Oliv. Contra las leyes de la gravedad.. „ hacia el que
sube.... Cosa es esa que ni es nueva ni rara. En fin,
es decir que ahora somos dos buenos amigos, no
es verdad, señor Goring?
Goring. Señor!.... {Inclinándose.)
Oliv. Ahora bien, los buenos amigos no tienen se-
cretos entre sí. Decidme, vos que conoce'rs White-
#
(52)
Hall, ¿hay en él alguna puertecilla secreta que raya
a dar á alguna callejuela estraviada, (Goring hace
sena de que si.) por la cual pudiera Lord Straffort
escaparse á la ciudadela donde están las tropas
reales, lo cual no hubiera dejado de hacer, si Dioi
no me hubiera hecho salir á vuestro encuentro, y
no os hubiera hecho sentir hacia mí esa simpatía
tan repentina? ¿Dónde está esa puerta, arrepentido
Goring?
Goring. Este pasadizo conduce á ella. (Señalando
á una puertecilla que está en el fondo á la
derecha.)
Oliv. Pues disponed que dentro de cinco minutos
guarden esa puerta cuatro hombres armados. Es-
pero que no vacilareis en prestar tamaño servi-
cio al parlamento.
Goring. Vacilar! yo, señor! cuando el parlamento
me hace el honor de transmitirme sus órdenes por
uno de sus principales miembros. Oh! no te-
máis, no vacilaré ni un momento, y voy....
Oliv. (Dándole sobre el hombro .) Sí.... sí.... andad
honradísimo señor Goring.... andad. (Fase
Goring.)
ESCENA III.
oliverio, stuaffort. (que viene por el foro.)
Straf. (A los guardias.) Dejadnos. (Los guardias se
retiran: Straffort se dirije d Oliverio, que se ha
quedado pensativo viendo marchará Goring.) Sin
duda me creeréis muy ingrato, señor Oliverio,
pues he hecho que os detengan aquí toda una no-
che en pago de la protección que ayer me dispen-
sasteis; pero era para mí de la mayor importancia
el que no os alejaseis, porque deseaba volveros á
( 53 )
ver tan luego como hubiese recibido las órdenes
de S. M. Escuchadme pues: hace tres dias que en-
trasteis de pronto en este mismo cuarto; yo estaba
en el mismo sitio donde estoy, y vos delante de
mí; me pedísteis no sé que cosa que no pude con-
cederos entonces, pero suponed ahora que no han
pasado estos tres dias y que yo no os he negado
nada; suponed que entráis aquí por la primera vez,
y como entonces decidme qué es lo que deseáis.
Estoy dispuesto a concederos todo lo que estuviese
en mi poder concederos, y el Rey rectificará lo
que yo os concediere: responded, ¿no me habéis
oído?
Oliv. No, Milord; he escuchado vuestras palabras
como un sonido vago, y nada mas, porque estaba
absorto y ocupado en negocios que interesan á
otro mas que a mí,
Straf. Y á quién?
Oliv. A vos, Milord. Luego que he sabido la causa
por la que me habéis mandado prender, me he
sentido movido á compasión hacia vos.
Straf. Hacia mí ?
Oliv. Sí, porque aunque es cierto que sois el minis-
tro mas ilustre, mas valiente y leal, que jamas fué
denigrado por la maledicencia pública, ni vuestra
grandeza, ni vuestro valor, ni vuestra lealtad, sera'n
bastantes á salvaros.
Straf. Qué queréis decirme con eso?
Oliv. Que habéis escogido mal el terreno donde de-
bisteis combatir, que el terreno del poder real es
movedizo, y todo cuanto intentéis construir en él
vendrá al suelo; que vos no veis los abismos que
se han abierto á vuestros pies, y que cada paso que
vos creéis dar hacia vuestra felicidad, es un paso
mas hacia vuestra perdición.
Straf. No entiendo vuestro lenguage misterioso,
Oliverio, s¡ me amenaza algún peligro, decídmelo
con lisura y sin rodeos, como se deben decir ta-.
los cosas, y yo procuraré oirlo como un hombre
debe oirlo.
Oliv. Asomaos primero a' esa ventana, Milord.
Straf. Para qué ?
Oliv. Qué veis desde ahí?
Straf. La plaza llena de soldados.... Soldados arma-
dos!.... quién los ha dado orden de tomarlas ar-
mas y reunirse?
Oliv. El parlamento. Milord, esos hombres esta'n
ahí por orden del parlamento.
Straf. Y qué hacen ahí en esa plaza?.... quiero sa-
berlo. (Pá á salir.)
Oliv. {Deteniéndole.) Escuchad como hombre lo
que voy á deciros.
Straf. Ya escucho.
Oliv. Esos soldados esta'n ahí para custodiar a' su
gracia el conde de Straffort preso en White-Hall.
Straf. Yo?
Oliv. En tanto que le conducen a' la Torre de Londres.
Straf. El mando de la fuerza armada solo al rey le
corresponde, y no a la cámara.
Oliv. Hace algunos años el rey hacía lo que quería
del pueblo; en el dia es preciso que el pueblo
quiera para que el rey disponga de él; esto no obs-
tante, ayer era todavía el rey mas fuerte que el
parlamento, pero hoy el parlamento es ya mas
fuerte que el rey.
Straf. Y quién ha dispuesto ese motín ? por qué han
empuñado las armas?
Oliv. Por qué, Milord, porque ya ha dado la hora en
que debia efectuarse la revolución en Inglaterra;
porque sin que ni uno ni otro lo advirtiesen, hace
(55)
va mucho tiempo que el rey desciende, y el pue-
blo sube; porque el poder vá á cambiar de manos,
y el cetro real tiene que c< der el puesto á la maza
del parlamento. Milord! Milord! noossonriaisi no os
riáis del pueblo, porque sus deseos llegan á cum-
plirse aunque sea tarde. Acordaos solo de que
cuando han llegado a exasperarle, es terrible su
venganza, y ya sabéis que suele descargarla en los
mas encumbrados. Si queréis creerme, olvidad
que sois soldado, y acordaos tan solo de que sois
cristiano. . .
Straf. Si vá en ello la vida, os advierto que la ven-
deré cara. , . . i
Oliv. Triste recurso! os defenderíais contra la tem-
pestad? contra el incendio?.... El pueblo es un ele-
mento, Milord; arrastra al abismo como el agua,
devora como el fuego.
Straf. Apelaré á esos soldados.
Oliv. Son casi lodos de la milicia ciudadana, y defen-
sores del parlamento: no os harán caso.
Straf. Me encerraré en la ciudadela; allí están mis
valientes y leales ingleses, que defenderán al rey
contra la revolución, contra el parlamento, y aun
coDtra las dos cámaras. Una señal les basta.
Oliv. Y quién dará esa señal? vos?
Straf. Tal vez. {Dirigiéndose hacia la puertecita
del fondo d la derecha.)
Oliv. Venid, venid acá, Milord, esa salida está tam-
bién guardada.
Straf. Teníais noticia de ella?
Oliv. Sí. (Solviéndose.) Aquí se acerca el rey.
(56)
ESCENA V.
DICHOS. CARLOS.
Carlos. Straffort! Milord Straffort'
Straf. Señor?
Cario? Es cierto lo que acaban Je decirme? es cierto
que la cámara de los Comunes acaba de adoptar el
bul de acusación , presentado, contra vos?
Straf. Es muy cierto, Señor.
Carlos. Y que estáis preso en White-Hall, en mi
propio palacio ? ' mi
Straf. También es cierto. Los rebeldes custodian to-
das lassa .das. {Straffort le señala la ventana.)
Cátlos. Oh! voy a presentarme á esos soldados
m es la primera vez que be sabido desvanecer se-
diciones aun mas temibles. La guardia interior de
palacio me es adicta, voy á llamarla, y
Straf Deteneos, Señor , y no llaméis la tompes-
tad hacia vuestra cabeza .• el rayo hiere casi siem-
bre al cedro mas alto: abandonadme á mi suerte.
Goring (Que sale con precipitación.)- Sir Oliverio!
íá f f ir T d ° T*J €onde >) Q^veo, Milord
fetrattort ( Adviniendo en el Rey. ) S. M •
Carlos. Quién es este hombre ?
Straf. Uno de mis agentes,
Carlos. De dónde viene?
Straf. De la cámara baja sin duda.
darlos. (Cociéndole del brazo y traiéndole al pros-
cenio. ) Que ha ocurrido de nuevo? hablad (Go-
ring mira á Straffort, >
Straf. Hablad. (Goring mira á Oliverio. Oliverio le
hace sena de que hable. )
Goring. Vuestra prisión ha sido aprobada por una
macona de ochenta votos, Milord.
( 5? ) , .
tirios. Y quién se atreverá á prenderle aquí , en
mí palacio de Whhe-HaU?
'ioring. El parlamento ha decretado la prisión de
Milord , sea cual fuere el sitio donde se hallase.
'arlos. Y quién es el encargado de dar cuniplimien-
to a' ese mandato?
ioring. El Ugier de la ca'mara, acompañado de
un parlamentario, y del macero de los Comunes.
Idrlos. Pero cómo se llama el parlamentario?
Roring. Aún no se sabía cuando jo salí de la cá-
i mará para venir á avisar á su gracia. ( Mira
alternativamente á Straffort y á Oliverio. ) Lo
debe decidir la suerte.
\traf. Ah ! con que han dejado la elección á la
i suerte?
Roring. Si, porque la comisión es difícil y arries-
gada , y el designado por la suerte tendrá' que
obedecer , sea quien fuere. En cuanto, salga su
nombre de la urna , el Ugier de la ca'mara se
presentará á él . le llamará por su nombre, y
! le intimará el cumplimiento de lo mandado. Se
ha dispuesto así para quitar á los tímidos el tiempo
de reflexionar.
Uraf. ( Con tristeza, y volviéndose hacia Oliverio.)
Teníais razón , Sir Oliverio , es asunto en que
■ vá la vida.
Idrlos. Qué oigo! este hombre es Oliverio! es
cierto , no le babia reconocido. Este ha sido el
que se hizo pasar por.... Ah ! Straffort, ya te-
j nemos quien responda de tu vida; nada ternas,'
j su cabeza ha de salvar la tuya.
Oliv. (Con voz sombría.) Cuidado con la vuestra,
i Carlos I.
darlos. {Volviéndose hacia el foro.) Ola! seno-
res, acudid todos. {Salen muchos guardias y
(58)
varios nobles. ) Desarmad y prended á ese hom
hre - f llevadle al calabozo mas seguro de la car
cel de Londres. Marchad. ( Dos guardias coge
á Oliverio por el brazo. Ábrese al mismo titrr
po la puerta del foro , y aparecen en su din
tel el Ugier de la vara negra • y el mace\
de la cámara. El Ugier se acerca; el maceé
se queda en el dintel. )
Oliv. Qué es esto? ( Al Ugier del parlamento. ) .
quién venís á buscar aquí, señores?
JJgier. Al estimable Sir Oliverio d'Huntingdon, dé
signado por la suerte para prender a' Sir Tho
mas Wentworth , Conde de Straffort.
Oliv. {Con imperiosa voz d los guardias.) Atrí
ahora , señores ! salid todos y dejad al parlamenl
frente á frente con el rey de Inglaterra. Füei
digo, que se retiren todos los centinelas, ya tí
hay que guardar las puertas de White Hall. (L¿
guardias se retiran al foro.) Vos, Señor, acei
caos. Tocad á Milord con vuestra vara negra, j
hacedle saber la voluntad del parlamento.
Ugier. (Acercándose á Straffort. ) Milord , en nom|
bre de la cámara de los Comunes , daos a' prísior
Straf. Dónde está el bilí que me sentencia? ¡
Ugier. Aquí le tenéis.
Oliv. (Cogiéndole de las manos del Ugier jr deS\
arrollando el pergamino.) Milord, sois reo con
victo del crimen de alta traición y sentenciad;
como tal.
Carlos. Sentenciado! {
Straf. Ya os sigo.
Carlos. (Colocándose en medio.) Milord, no sal
dréis de aquí.
Straf. Qué decís, Señor! f
Carlos. Repito que no saldréis de aquí. Ese hombí
• • !Í
(59)
que os quiere prender en nombre del parlamento,
es un impostor , á quien quiero confundir y casti-
gar. Ola ! caballeros ! ( Los nobles de su guardia
dan un paso hacia adelante. )
)/iV. {En alta voz.) Señor, mirad que osjjerdeis.
{Volviéndose hacia el foro.) Aquí, señores de
la cámara de los Comunes, Ugier de la maza,
acercaos! Carlos I de Inglaterra, reconocéis esto?
{El macero se acerca con lentitud. )
Uraf. Señor, no espongais una vida mil veces mas
preciosa que la mia.
Idrlos. Qué decís?
?traf. Digo que ese signo que veis, esa maza de
plata que se acerca paso á paso hacia nosotros, e»
la maza de Hércules, el arma del pueblo , y hará
trizas vuestra corona, cual si fuese de vidrio , si
llegaba á chocar con ella. Ved lo que hacéis, Se-
ñor, y evitad el choque : mas vale que me aban-
donéis á mi suerte....
Idrlos. Nunca....
Oliv. Ugier déla maza, haced vuestro deber. {El
macero de la cámara acercándose.) Atrás! {El
Rey dd un paso atrás. ) Atrás! ( ídem. ) Atrás! ^
lados. Y he de abandonarle! á Straffort ! á mi ami-
go! Señores, salid pronto todos de White Hall.
Me dirigiré á la cámara de los Lores, que aun
no ha aprobado ese bilí sanguinario ; pero aun
cuando le hubiese aprobado , me queda por úl-
timo el derecho de perdón.
Straf. {Besándole respetuosamente la mano.) Vuestra
Magestad usará de ese privilegio real , según fuere
de su agrado. Vamos, señores, Dios salveal Rey!
(Fase con el macero y el Ugier del par-lamento.)
Carlos. Nosotros a la cámara de los Lores. (Fase
por la puerta de la izquierda.)
(60)
ESCENA VI.
puvERio. sara. vt* ugier del palacio de White-Hál
Sara. {Desde la puerta de la derecha , al Ugit
que la cierra el paso. ) Dejadme ver al Rey.,
dejadme!... Tengo audiencia.
'Oliv. {Solviéndose, j reconociendo á Sara.) S
sí, dejadla entrar; yo sé lo que quiere.... Vi
nid, Sara. {Aparte.) Es la única que aún m
hace sombra : saquémosla de aquí cuanto ante
{Alto. ) Sara....
Sara. {Mirando al rededor sujo.) Sois vos, Oliv
rio? Dónde está el Ministro ? dónde está el Rey
Oliv.^ Sara , ya no hay Miuistro y muy en brev
quizás tampoco habrá Rey.
Sara. Con que es cierto que los enemigos del troní
se han atrevido á acusar al conde de Straffort.... i
«no de ellos ha tenido la audacia de venir á prenj
derle aquí mismo... en palacio.
Oliv. Sara , os dije que no me negaba á daros m
mano, y en prueba de ello, sabed que ya es
toy pronto.
Sara. Oh ! Oliverio : bien decía yo , que os juz
gabán mal.
Oliv. Pero antes quiero que sepáis lo que aguard
á lá esposa de Oliverio.
Sara. Decidlo.... cou vos todo me será grato,
seguiré vuestra suerte , sea buena ó mala. J
Oliv. Ya sabéis que la Inglaterra está dividida ei
dos partidos, el del pueblo y el del Rey. Yo h]
comprometido mi vida , mi honor en defensa del
pueblo , y si su partido sucumbe , lo que no e !
probable, el Rey no usará de piedad, porqu
tampoco el pueblo hubiera tenido con el mise-
ricordia: los nombres de los que tomaron parte en
la revolución serán infamados publicamente.... y
Ui tendrás que tomar mi nombre , Sara.
ra. También la desgracia tiene su aureola como la
gloria : me honraré con tu nombre.
tV. Confiscarán nuestros bienes para vendérse-
los á los cortesanos, arrasara'u nuestras casas,
hara'u pasar el arado sobre los cimientos , y cu-
brirán de sal la tierra en que estuvo la mansión
de nuestros padres.... Entonces nos veremos es-
puestos á la miseria.... á la hambre.... ala sed...
i la intemperie.... Tendremos que huir, por-
que estaremos proscriptos.... y tendremos que
ocultarnos durante el dia en algún bosque para sa-
lir solo por la noche.... hasta que encontremos un
punto en donde haya algún navio protector que
dos lleve á morir muy lejos.. . al país del destierro.
ra. Oliverio, yo soy fuerte y animosa.... El do-
ble lazo que me une á tí de esposa y madre me
dará fuerzas para seguirte: seré tu compañera en
la fuga y en el destierro.
iv. Pero y si en vez de fuga y destierro me es-
perasen un verdugo y un cadalso!... Sara: los
hombres como yo no 'niegan sus obras de que es-
tán envanecidos; lo confesaría todo, y la senten-
cia que me condenase sería terrible. Entonces ya
no habría que temer la miseria ui el destierro
en un país estraño , sino un cadalso en Londres
en la plaza de Tower-Hill , y un pueblo entero
que maldice á la víctima , sea la que fuere y que
saluda con aclamaciones a toda cabeza que cae
ibajo la cuchilla, cuidándose poco de que la coro—
¡na que ceñía fuese de oro ó de mártir.. .. Enton-
ces.... Sara....
. (62)
Sara. Entonces diré que era tu cómplice.... reclí
maré a' tu lado un lugar en el cadalso, y no dud
que me le concedera'n.
Oliv. Pero y nuestro hijo !
Sara. Oliverio , los huérfanos son benditos del Se
ñor — Dios los reserva toda la dicha que rehus
a' sus padres¿
Oliv. Esa noble decisión no me admira en tí Sarf
porque hace tiempo que te conocía.
Sara. Ya ves qne no se presenta ningún obsta'cul
para que seamos felices.
Oliv. Aun falta algo , Sara ; te he dicho la suerl
que nos aguardaba si éramos vencidos ; quiero de
cirte ahora la que nos espera si somos vencedores
Sara. Habla.
Oliv. Me Contaste hace poco que los enemigos de
trono se habían atrevido á prender al conde d
Straffort ?
Sara. Sí.
Oliv. Esos enemigos del trono tienen un hombre qu
esta' a' su cabeza : yo soy su gefe.
Sara, {Estremeciéndose.) Tú?
Oliv. Dijiste que un malvado babia tenido la audací
de venir a' prender al Ministro al mismo palacio d
White-Hall?
Sara. Sí. !
Oliv. Pues ese malvado soy yo.
Sara. Tu!
Oliv. Dijiste que quizás hoy mismo caería su Cabeza'
Sara. Es verdad. • ;
Oliv. Dirige la vista ha'cia esa plaza.
Sara. Qué hacen esos hombres ?
Oliv. Esos hombres son trabajadores y soldados.
reúnen ahí para ir a' Tower-rlill y dar cumplí
miento á la orden que les manda erigir un ca
(63)
dalso; el del conde de Straffort.
ira. Y quién ha dado esa orden ?
liv. Yo.
ira. ( Retrocediendo. ) Ah !
»/iV. {Aparte.) Tiene valor para acompañarme eii
la desgracia, y la asusta la idea de mi poderío.
( Alto.) Pero aún hay mas , porque la sangre pi-
de sangre.
\ira. Oliverio, me haces temblar.
lio. La mano que estiendo hacia tí, es una mano
ensangrentada, y el nombre que te ofrezco es un
nombre terrible: Sara, es uno de esos uombres
maldecidos en lo presente, juzgados en lo venide-
ro, y que solo por los resultados que consiguen
suelen ser absueltos. Dentro de diez años tal vez,
el nombre de Oliverio será bendecido ó maldecido
por el mundo entero.
ara. Maldecido, no lo dudes, imaldecido.
Uio. Pues ese sera' tu nombre; será el nombre de tu
hijo, Sara, y el de los hijos de tu hijo.
ara. (Apartándose.) Jamas! jamas! prefiero que no
tengan nombre alguno á que tengan un nombre
infamante! prefiero un nombre oscuro á un nom-
bre sangrento!
)liv. Medítalo bien.
'ara. Y no puedes ya volver atrás?
)lh. Es imposible; mi suerte es seguir adelante sin
detenerme sobre este reguero de sangre, hasta
que llegue á mi destino; es la suerte de Cain el
maldito.
tara. Entonces, adiós.
Olio. Adonde vas?
iara. Que se yo. A Francia tal vez.
Olio. Y me abandonas en tan dificil sendero?
Sara. No tendría fuerzas suficientes para acompañarte,
(64)
Oliv. Débil muger! ya ves que Dios no nos habí
creado uno para otro.
Sara. Dios no formó mí corazón para el crimen
Adiós, Oliverio.
Oliv. Sara, adiós.
Sara. Adiós! {Arrojándose en sus brazos.)
Oliv. Adiós. !
ESCENA VII.
OLIVERIO. GORING. después PVM.
Oliv. {Mirándola alejarse.) Pobre muger! No quiere
abandonarla. {Llamando.) Coronel Goring! coro
nel GOring!
Goring. {Sale pálido é inquieto.) Qué mandáis
Sir Oliverio?
Oliv. No es Verdad que sería una locura creer en Ií
estabilidad de las grandezas humanas?
Goring. Sí, pero....
Olio. Y que por lo mismo lo sería el declararse adíen
to a' un ministro que si llegaba a' caer del poder,
podía arrastrarnos tras sí en su caída, y esponernoí
á pasar nuestra vida en una ca'rcel, ó á terminarla
en un cadalso?
Goring. {Esforzándose por apatentar tranquilidad.)
Pero magano, de esos peligros me amenaza á mi
según creo, Sir Oliverio.
Oliv. (Trayéndole asi.) Escuchad; no es verdad que
el que os dijere: Goring, aquí tenéis oro, {Le dá
un bolsillo.) y un salvo conducto, {Escribe algu-
nos renglones en un papel.) vais a' marcharos in-
mediatamente a' Francia... os haría un favor tai
grande, que en pago os tendría dispuesto para ha
cer lo que él exigiese de vos?
a
(65)
toring. Qué es lo que queréis que haga? decid.
)/¿V. Que acompañéis hasta P arís a' las dos mugeres
que acaban de salir de aquí y que cuidéis deque
no les falte nada. /
loring. (Queriendo besarle la mano.) Ah !' Señor,
mi agradecimiento será eterno. , .
)/*V. (Retirándola.) Despachaos^ marchad, -mar-
. chad. CGoringvdse por la puerta de la derecha.)
Pym. (Que viene por: el fondo.) Señor Oliverio!
P/iV. (Solviendo.) Sois vos, señor Pym? habéis ha-
; liado algún medio para hacer- queme prendan.
Pj-nii Olvidemos, nuestras rencillas en obsequio de
.. la patria,, señor Oliverio ; u <bice malj ; ¡Venga
i, ^sa , mano... ...,,. oq • •: i
p/iV. Tomadla. .uimv
Pym. Sabéis Jai noticiadme; cor>re?v
y/<v. Cuál? josas r ,
Pym. El Rey ha estado á pique de ser asesinado.
Dliv. Cuándo? , ,/ , s
^jym. , Hace un^nstante, , al entrar qn la cá niara de
Jos Lores. Un. hombre se ha.arrpjado hacia él .con
I un ¡puñal en la mano ¡ al yliesa.po de -bajar : , ¡del
..coche 1 , y„ i.. •■ o ,,.,- .... ,,,.. ,;, oJ
Oliv. Dios mió! y está herido el Rey?
?ym. No.
\)liv. Ah! no sabéis lo que mcalegro. Un asesinato!
eso solo bastaría para que se volviese toda la In-
glaterra realista. Supongo que habrán preso al
asesino?
Pym. No, logró -escaparse .„.. ...
0¿¿y. Pero no ha dejado ningún 'indició? .. t .¡
Pym. Al huir arrojó el púnale iba fon la cabera des-
cubierta, y ninguno, ha podido darle alcance.. \ i
Oliy. Y. habéis venido espresAmente paya darme esa
noticia? Si es así, y no tenéis mas que decirme,, os
5
doy repetí dísí mas gracias, pues os habéis incomo-
dado por tan poco.
Py m. Vengo a' otra cosa, señor Oliverio.
Oliv. Ah! ah!
Pym. "Vengo en nombre del parlamento. La cámara
teme que el Rey use del privilegio que tiene de
disolverla; porque entonces sería preciso cesar la
( contienda parlamentaria para sostener nuestra cau-
sa con las armas, y no sé si seríamos nosotros los
mas fuertes.
Oliv. Y qué puedo yo hacer en eso?
Pym. He aquí el bítí-que la ca'mara os envia, y por
el cual deberá' renunciar el Rey á ese privilegio.
Sea por persuasión, por temor ó por fuerza, es pre-
ciso que le firme.
Oliv. Esta' bien, yo me encargo de ello.
Pym. La ca'mara cuenta con vos.
Oliv. He frustrado alguna vez sus esperanzas?
Pym. No.
Oliv. Pues bien; os juro que esta vez será ni mas ní
menos que las, Otras. Descuidad, y volved á la cá-¡
*nara; este bilí estará allí de vuelta quizás tan pron-
to como vos. (Acompaña á Pym hasta la puerte\
de la derecha.)
ESCENA V1IL
1 CARLOS. OLIVERIO.
Carlos. (Que viene por el fondo.) Dónde está es«
miembro del parlamento?.... (Reparando en OU
verio.) Ah! os buscaba....
Oliv. (Solviéndose.) A mí, Señor?
Carlos. Síi á vos^ á mi adversario, á mi enemigo. Ei
este momento en que me amenazan, tantos peli
( 67 >
gros, me dirijo al mas cruel de mis enemigos,
porque tal vez él sea el mas hombre de honor.
Oliv. Y qué queréis de mí?
Carlos. Quiero que me ayudéis, porque los Lores....
Oliv. Han firmado la sentencia, no es esto?
Carlos. Cobardes! Diez y nueve tan solo se han atre-
vido a' votar en contra! Estaba allí, y desde mi tri-
buna he sido testigo de su traición y de su
debilidad.
Oliv. Ya lo veis....
Carlos. Sí, desde aquel instante he visto que debía
esperar mas de la cámara baja que de la cámara
alta, que si en aquella había mas odio contra mí,
también habia mas honradez, y por lo mismo OS
he elegido á vos entre todos sus miembros.
Oliv. A. mí?
Carlos. Para preguntaros qué es lo que me aconse-
jáis? qué exigen de mí? qué es lo que necesito ha-
cer para que rae vuelvan á Straffort, para salvar la
vida a' uai primer ministro.
Oliv. En primer lugar, Señor, el parlamento pide
que renunciéis al derecho de disolverle.
Carlos. Para salvarle! Ah! con mucho gusto! dónde
está el bilí? quiero firmarle —
Oliv. {Presentándosele.) Aquí le tenéis.
Carlos. {Firmando.) Voy á enviársele yo mismo....
así verá el parlamento la presteza con que accedo
a sus peticiones, y eso desarmará su cólera.
Oliv. Si V. M. tiene á bien, yo le llevaré en
persona.
Carlos. No quedaos vos aquí. {Llamando.) Ola! Irá
alguno de Palacio. {Aparte.) Sí, enviaré al Prínci-
pe de Gales, al heredero de la corona. {Bajo al
Ugier.) Que venga el Príncipe de Gales. {Vmse el
Ugier.) Mi hijo no ha hecho nada para que le abor-
(63)
rezcanj ignora aun lo que son las pasiones, las
faltas de Straffort, las mías, nuestros crímenes,
como ellos dicen!.... {Sale el Príncipe de Gales.)
Acércate, Garlos, haz que te acompañen dos caba-
lleros de la servidumbre, y marcha á la ca'mara
baja, entrega esta carta al presidente, y suplícale
con tu dulce voz de niño que te conceda lo que
en ella le pido: no dudes que te lo concederá'} an-
da, hijo mío. [V ase el Principe de Gales. El
Rey vuelve á donde está Oliverio. ) Ya lo veis, I
renuncio á mi derecho de disolver el parlamentoj;
hago lo que él quiere, no hará' él lo que yo le pido?
Oliv. Y con quién ha enviado V. M. esa respuesta?
Carlos. Con mi hijo Ca'rlos.... con el Príncipe de
Gales, i . . (Se oye dentro ruido de Un ■coche.') Lo
oís? ahora sale.
Oliv. Gomo? ese niño?
Carlos. Ese niño! es el único heredero de la corona
de Inglaterra, sabedlo.
Oliv. Y habéis ido á entregar á la cámara esos rehe-
nes? que ceguedad!
Carlos. Cómo! creéis que se atreverían?
Oliv. (Riendo.) Dios mió! cua'u equivocadamente
juzgan los grandes de la tierra á los demás hom-
bres, y se juzgan a sí mismos!
Carlos. Vuestra sonrisa me asusta!
Oliv. Quiza's me engañe^ Señor.
Carlos. Pero qué es lo que pensáis?
Oliv. Nada.
Carlos. (Dejándose caer en un sillón.) Ah! sois hom-
bres implacables.
Oliv. Implacables para el que fué sin piedad; sí, se-
ñor, y el rigor dé vuestro ministro.
Carlos. Ah! ese rigor y esos castigos no los prescri-
bió Straffort, sino yo mismo. Cuando el altar y
( 69 ).
el trono peligran, no se los liberta c»n impotentes
súplicas, ni con lloros inútiles; el modo de rehabi-
a litarlos, es con la fuerza.... las armas de Inglaterra
están sostenidas por dos leones.
Oliv. Pedid á Dios que no os falte la fuerza al tiempo
de la lucha, y que los rujidos de vuestros leones
heráldicos sofoquen la gran voz del pueblo, que os
pedirá cuenta algún dia de la sangre derramada....
Carlos. A mí está bien; que me la pida á mí, estoy
pronto á dársela; pero á mi hijo! qué cuenta pue-
de pedir á un niño que no ha hecho mas que exten-
der hacia él sus manos para bendecirle? Vos supo-
neis que mi hijo corre algún riesgo? qué peligros
le amenazan, decid. {Sale un Ugier j entrega dos
pliegos á Oliverio.)
Oliv. Vais á saberlo; he aquí un mensage del
parlamento.
Carlos. [Arrancándole de las manos uno de los pa-
peles.) Traed. {Leyendo.) Mi renuncia al derecho
de perdón!.... Nunca, no lo esperéis; nunca!
Oliv. {Entregándole el otro pliego.) Leed, Señor.
Carlos. El Príncipe de Gales preso!!
Oliv. {Apuntando con el dedo.) Y la cabeza del hijo
responde del consentimiento del padre.
Carlos. Pero creéis que se atreverán á poner la ma-
no sobre mi hijo?
Oliv. Se atreverán^
Carlos. Dios mió !
Oliv. {Al Ugier.) Dónde están los hombres que han
traído estos pliegos?
Ugier. En la plaza debajo de estos balcones, rodea-
dos de un tropel de pueblo que los ha seguido.
Oliv. Ya lo veis, Señor, aguardan ese bilí, firmad, y
os será devuelto vuestro hijo.
Carlos. Jamas ! jamas!
(70)
Oliv. Daos prisa, Carlos I, porque el tiempo urge;
han prometido el cadalso de un ministro al pueblo
Cansado de sufrir. Ya es tiempo de que empiece
el castigo con los magnates que juegan con la fe-
licidad de la nación. El pueblo espera y se impacienta
porque hft esperado ya mucho tiempo inúlilmente,
engañado con vanas promesas.... escuchad!....
(Oyese gran rumor y griterío.) escuchad! Señor,,
me habéis pedido un consejo; si tengo alguno que
daros, es que firméis, y que firméis pronto.
Gritos. Muera el ministro Straffort! muera el Prínci-
pe de Gales !
Carlos. Mi hijo! que muera mi hijo! (Firma preci-
pitadamente.) Tomad, tomad; ahí tenéis la ca-
beza de ese ministro, la mia si la queréis también,
pero que viva mi hijo, que viva, lo oís?
Oliv. Esto hará que os le vuelvan! (Vd al balcón y
le abre.)
Gentío. (Dentro.) Oliverio! viva Sir Oliverio! Mue-
ra Straffort!
Oliv. (Desde el balcón) Ingleses! pedís la cabeza
del ministro conde de Straffort! pues bien; el Rey
os la da'. (Arroja el pergamino por el balcón.) Ahí
la tenéis, cogedla. (Cierra el balcón, y vuelve al
proscenio. Nuevo griterío que se aleja poco
á poco.)
Carlos. Pero, y ahora me volvera'n mi hijo?
Oliv. Yo respondo de él con mi honor. Vedlo ya..
(Ábrese la puerta del fondo, en la cual aparece
el Principe de Gales, que corre d arrojarse á los
brazos de su padre.)
Carlos. (Abraza d su hijo sollozando.) Luego ha
muerto el conde?
Oliv. El pueblo pedia justicia; se le ha hecho justicia.
Carlos. (Acercándose d Oliverio con la mano apoya-
(71)
da sobre la cabeza del Principe.) Y abora decid,
vos que entrasteis en este palacio para no dejar
mas que rastros de sangre, hombre ó demonio,
hablad, que sepa yo al fin quién sois! Vuestro
nombre! es Oliverio ó Satanás?
OUv. Ni uno ni otro, Señor; desde hoy me lla-
mo Cromwell.
FIN DEL ACTO SECUNDO.
ACTO TERCERO
14 DE JUNIO 164>.*..
El campamento del rey delante de las murallas de
Xork. El teatro representa la tienda de campaña del
■Key, a la derecha habrá una camilla de descanso y
una mesa. La tienda entreabierta en el fondo deja
ver a 1 G lejos el campamento de los parlamentarios,
y los muros de la plaza de York,~La acción pasa
en la noche misma de la batalla. Al levantarse el te-
lón Ja música del regimienta de guardias toca dentro
el Lroa save the King.
ESCENA PRIMERA.
carlós que sale acompañado del Príncipe roberto
y algunos señores.
Carlos. Oí, amigos, hacéis bien en recordar ese
himno porque es himno de victoria, y Dios ha sal-
vado hoy no solo al Rey, sino á la Inglaterra.
{Cesa la música.) Gracias, Príncipe Roberto, gra-
das señores: gracias os debo á todos, porque has-
ta el ultimo de mis soldados se ha batido como su
capitán j pero no veo aquí al marqués de Montrose?
Kob Esta en persecución de los dispersos, señor
Carlos. Suya es la gloria de esta jornada, Milores,
yo soy el primero que le hago esta justicia.
(73)
Mont. (Saliendo.) No por haber sido el mas Tállen-
te, señor, sino por haber sido el mas dichoso.
Carlos. Por haber sido el que ha decidido el éxito
de la batalla, derribando al gefe de los parla-
mentarios.
Rob. IVJe han asegurado que Cromwell volvióla es-
palda al veros.
Mont. JNo creáis tal, Príncipe; Cromwell vino tan
derecho hacia mí, como mi bala fué a' él, y si mi
pistola uo hubiera detenido su espada, si yo hubie-
ra tenido que sufrir el golpe que se preparaba á
descargarme, os juro que a' esta hora estaría ten-
dido en el campo de batalla.
Carlos. Le visteis caer?
Mont. No señor, pero le vi retirarse cubierto de
sangre. Ademas, muchos de los nuestros han dicho
que después puto pie a' tierra, y que su muerte es
la que ha causado la dispersión del ejército de los
rebeldes.
Carlos. Tres mil hombres muertos.... quinientos pri-
sioneros!.... victoria completa, Milores.... hemos
conquistado el campo de batalla.... hecho levantar
• el sitio de York.... Manchester está perdido y
Cromwell muerto.... Oh! por Dios que es una de
las victorias mas gloriosas para el ejército realista!
Mont. Y de la cual debiéramos aprovecharnos, en-
trando en la plaza de York esta noche misma.
Carlos. De noche, Mi lord? y queréis que sus fie
les habitantes no puedan ver en nuestro rostro la
alegría y el agradecimiento por haber sabido de-
fender tan buena plaza? No, no, entraremos ma-
ñana en triunfo, en medio del dia, como debe ha-
cerlo un rey vencedor. (Sonriéndose.) Lo que es
esta tarde recibiremos á nuestros amigos en W hi-
te-Hall, (Señalando á la tienda.)
( 74 .)
'oní. Señor, no hay palacio que valga tanto como
una tienda de campaña en una noche de victoria.
Los reyes de Escocia dormían tan tranquilamente
en los campamentos de Bannockburny d' Harlow>
como en sus palacios de Edimburgo y Stirling.
Carlos. Annesley! (Desciñendose la espada.)
JR.06. Qué hacéis, señor? ese es cargo de nuestro
empleo.
Carlos. En ese caso, tened. (Le dá la espada.)
Mont. Qué es esto, señor? {Indicando la señal de
una bala en la coraza del Rey.)
Carlos. Una cosa estraordinaria: en el calor de la pe-
lea se ha llegado á mí un hombre vestido con el
mismo traje que mis guardias, y me ha disparado á
la distancia de pocos pasos un pistoletazo: la bala
ha resbalado en la coraza dejando esa señal.
Mont. Y vuestros guardias no han preso á ese
hombre !
Carlos. Antes que ninguno de ellos tuviese tiempo
de volver de su sorpresa, el hombre habla ya des-
aparecido.
Rob. Pero, no pudo conocerle V. M?
Carlos. Pude verle perfectamente, porque llevábala
cabeza descubierta: creo que es el mismo hombre
que intentó darme una puñalada en las calles de
Londres al salir de la ca'mara de los Lores, el día
de la ejecución de Straffort, y de la cual me salvó
el retrato del Príncipe de Gales que llevaba al
pecho. — Entonces también pudo escaparse y lle-
vaba también la cabeza descubierta} conservo un
recuerdo de que le he visto otra vez arrodillado á
mis pies.... no sé dónde.... ni cuando. Gracias,
señores, no hablemos mas de esto.... Dadme tin-
ta y papel: quiero escribir; a' la Reina.
Annes. En esta mesa hay lo que S. M. desea.
(75)
Carlos. Está bien. Moutrose, recorred las avanzadas.
Mont. Voy á obedeceros, señor. El santo para es-
ta noche?
Varios. Carlos y Straffort.
Mont. {Bajo d Roberto.) «Carlos y Straffort."
Rob. {Bajo á Montrose.) Bien. {Váse Montrose.)
"cirios {Con los ojos Jijasen el papel.) Milord! Milord!
Rob. Señor, {acercándose.)
Carlos. Venid acá.... decidme.... no esta' manchado
de sangre este papel?
Rob. JNo veo nada.
Carlos. Es cosa estraña.... Oh! {Rasga el pliego y
toma otro.) Sin duda era ilusión. Decid á esos se-
ñores que deseo estar solo.
Rob. {Volviéndose hacia el fondo.) Milores, el rey
necesita descansar.... El dia nos hadado harto que
hacer á todos. Retiraos á vuestras tiendas.... Ma-
ñana al romper el dia entraremos en la plaza.
{Los señores se retiran saludando al Rey que per-
manece inmóvil con los ojos fijos en el papel.)
Carlos Otra vez! {Pasa la mano por el papel.) Que
infernal visión! {Levantándose.) Cuéntase del rey
Carlos IX que la víspera del dia de S. Bartolomé
creyó ver también manchas de sangre sobre un
tablero del juego de damas.... y que aquellas man-
chas Je presagiaban grandes desgracias, Milord.
Rob. Desechad esas icieas, señor. Hemos visto hoy
tanta sangre, que sin duda vuestros ojos conser-
van aun el reflejo del campo de batalla.
Carlos. Tenéis razón, pero no obstante no he de es-
cribir esta noche: escribiré mañana desde York.
{Sale Montrose.)
Mont. {En voz baja al centinela.) «Carlos y
Straffort."
Carlos. Qué oigo! quién hapronunciado esos nombres.
(76)
Mont. Yo, señor. Daba el santo que vos me habéis
entregado.
Carlos. Sí, sí, tenéis razón: el destino ha encadena-
do esos dos nombres, uno á otro.— No ha ocurrido
ninguna novedad en el canipo?
'Mont. Una cosa rara, y que á ser en otro dia pudic-
ra interpretarse por un presagio siniestro?
Carlos. Cuál?
Mont. El viento ha derribado por dos veces el «s-
tandarte de Inglaterra que ondeaba cerca de la»
primeras tiendas del campamento: he mandado
poner allí' un caballero de vuestra guardia para de<
fenderle de las ráfagas del viento.
Carlos. Y de qué lado viene ese aire?
Mont. Del mediodía.
Carlos. He Francial Mazarin continúa la obra de Ri
chelieuj ese aire trae la rebelión á mis reinos.
Mont. (En voz baja.) Parece que el Rey está triste
y taciturno, Príncipe Roberto. Alejémonos un
poco. (Van á retirarse.)
Carlos. (Llamando.) Milord!
Rob. (Folviendo.) Señor?
Carlos. Mandad retirar! ese centinela que esta á la
entrada de la tienda: sus pisadas me quitarán el C
sueno. Es cosa estrana; esta noche me asusta cual-
quier ruido.
Roo. Pero, Señor....
Carlos. (Despidiéndole' con la acción.) Dejadme!
Roberto y Montrosense inclinan, besan respetuo- \
sámente la mano aLRej y se retiran. El se eclia\t
vestido sobre la camilla y se cubre con su capa.)
y ■
(77)
ESCENA II.
I
garlos {solo y recostado en la camilla.).
■
21 estandarte de Inglaterra por el suelo*... dos veces... .
la víspera de la batalla de Flodden vino también
al suelo el estandarte de Escocia, presagiando así
la derrota délos Escoceses. En vauo fué que hicie-
ran velar a' su lado un guerrero, porque al dia si-
guiente le hallaron muerto al pie de la bandera
derribada. {Sopla la única lámpara que alumbra-
ba la escena y se echa del todo.) Durmamos.
'Jna voz á lo lejos. Quién vive?
Otra. Inglaterra.
57 centinela. Santo y seña.
?rom. «Carlos y Straffort. i
lent. Pasad. {Cromwell levanta, los tapices de la
tienda y aparece en el fondo.)
ESCENA III.
GÁIILOS. CROMWELL.
?rom. {Acercándose.) Carlos Estuardo ! Ca'rlos Es-
tuardo !
Idrlos. {Levantándose sobresaltado.) Quién me
llama ?
7rom. Yo.
Idrlos. Quién eres?
¿rom. Yo , Oliverio Cromwell.
¿arlos. Qué veo! Sales de la tumba para asustarme?
?rom. Te engañaste, Estuardo: aún no he muer-
to. No vengo como el espectro de César á vatici-
narte la pérdida de la batalla de Philippes: so
vengo como la sombra de Clarenza a' decirte: «Ri-
cardo desespera y muere " vengo animado del
espíritu conciliador del rey David, entro en tu
campamento, levanto las cortinas de tu tienda,
y en vez de llevarme tu lanza , ó tu espada , en!
vez de cortar «n paño de tu capa para probarte que
tu enemigo ha estado á tu lado mientras dormías,
vengo a' despertarte , Ca'rlos Estuardo, para que á
solas los dos, lejos de tus corrompidos consejeros,;
y lejos de mis sectarios fana'ticos, ! arreglemos en-
trie nosotros los negocios de la pobre Inglaterra,!
que se desangra por cada una de nuestras heridas.
Carlos. Quién te ha enseñado el camino? Quién te
ha dado la seña? Quién te ha conducido hasta
mi tienda?
Crom. Qué te importa quién haya sido , si ya me
tienes aquí.
Carlos. No temes que con una sola palabra?...
Crom. Nada temo. Conozco el corazón de Ca'rlos
Estuardo , y sé que encierra demasiada hidalguía
para suponerle capaz de apoderarse de un enemi-í
go , que se ha levantado del lecho donde ya-
cía postrado y herido ; por silvarle tal vez la
corona y la cabeza de un enemigo que ha veni-
do solo y sin defensa , confiado en la buena
fé de un caballero.
Carlos. Confiaste Con razón.... Nada tienes que te-
mer. Dime lo que aquí te trae, Cromwell? ya te
escucho.
Crom. Qué es lo queme trae, preguntas? Ca'rlos
Estuardo , será posible que no llegues á ver por
fin el precipicio á donde vas á lanzarte ? Ya
sabes que nunca he sido tu enemigo personal, soy
únicamente el defensor del pueblo , porque soy su
elegido, así como tú lo eres de la soberanía^
(79)
la mano de Dios me ha elevado , al paso que
á tí te humillaba , de tal suerte , que en el dia
tú que has nacido en palacio , y yo que vi la
primera luz en una cabana , nos hallamos ser
iguales los dos, pues nos encontramos ambos
con igual poder, y ambos con la espada des-
nuda prontos á entrar en combate.
Carlos. El Dios de los ejércitos me ha probado
hoy que era un Dios de justicia , y abandono
mi causa entre sus manos.
Crom. No atribuyas a' Dios lo que solo es efecto de
la casualidad.- yo creo muy al contrario, que
Dios apartó su vista de nosotros, cuando recibí
esta herida, que os hizo creer en mi muerte:
muerte fingida, que os hizo creer en la victo-
ria. Ya lo vés, aún estoy vivo, Carlos Estuardo,
y puedo asegurarte que estás muy distante de
ser vencedor.
Carlos. Pues qué nombre dara's al que ha disper-
sado tus soldados?
Crom. El de valiente , pero no el de vencedor; sí,
tú los dispersaste , Cromwell los ha vuelto á
reunir bajo su bandera.
Carlos. No he visto yo mismo volver la espalda y
huir al arrojado Manchester?
Crom. Sí, pero yo le he cogido por el brazo, y le
he mostrado las murallas de York.
Carlos. No he obligado á tu ejército á levantar el si-
tio de la plaza, en donde entraré triunfante ma-
ñana ?
Crom. Sí , pero yo me he levantado del lecho en
que yacía para venir esta noche y llamar á sus
puertas a la cabeza de mi regimiento , y he en-
trado en la ciudad por sorpresa.
Carlos. {Levantándose.) Cromwell, tú quieres arre-
(80)
drarme ! eso no puede ser.
Crom. Mañana al rayar el día vera's desde aquí on-
dear la bandera parlamentaria en las murallas de
York. , ,
Carlos. Ah! — - En fin , aun suponiendo que así sea,
todavía me encuentro a' la cabeza de un ejército tan
numeroso como el tuyo , y siento en mi corazón
, tanto valor como tú ; CromWell, no lo dudes.
Crom. Un ejército tan numeroso como el mió! y
quién te ha dicho que no te ha vendido ya gran
parte de ese ejército con que contabas ? Olvidas
que hay traidores, rey Ga'rlos! crees, por ventura,
i que es Dios el que me ha revelado el camino de
: tu tienda y la sena de ordenanza? Tanto valor
. como yo mismo, dices! Sí, Garlos, ya lo sé: sé
que eres valiente, pero el cielo, nos ha hecho á
tí débil y á mí fuerte ; á tí te han criado en-
tre terciopelo y sedas , á mí entre acero y arne-
ses militares; mientras á tí te¡ enseñaban el mo-
do de llevar el cetro , yo rae adiestraba en ma-
nejar la espada! Tú necesitas para dormir una
tienda, un lecho, señores que le rodeen;:.- en
cuanto á mí no necesito mas lecho que mi co-
raza , mas tienda que la a copa de un a'rbol: úris
piedra y una Biblia son mi almohada , y dos ó trea
rudos soldados mis únicos cortesanos.' o
Carlos. Búscame mañana en la batalla, y vera's que
i si sé escoger lugar para descansar, ho le escojo
para batirme y morir. m
Crom. No quiero tu muerte , si con tu vida puedo
asegurar la tranquilidad de la Iüglaterra. Lo que
quiero es que renuncies á esos derechos que tú
lias creído conferidos por el mismo Dios, para
darte otros que nosotros todos te concederemos.
Quiero equilibrar tu poder con el del pueblo, pá-
(81)
raque el uno no pueda oprimir al otro. En fin,
quiero en tu mano una balanza, y «o un cetro.
Carlos. Y piensas conseguir todo eso con amenazas?
Crom. Con amenazas, nó : con súplicas.
Carlos. Que entreguen los rebeldes las armas pri-
meramente, y después veré qué condiciones me
conviene imponerles*
Crom. Puedo entregarte mi vida, Ca'rlos Estuardo,
pero no la de mis soldados, y á menos que un
tratado firmado por'lí no salga garante de la fé de
tus promesas.... (Presentándole una pluma.)
Cádus. Un tratado! Ignoráis, caballero, que un rey
no debe firmar tratado alguno con los que se han
revelado, sino eon la punta de la espada: ma-
ñana, en el campo de batalla, escribiré con san-
gre el perdón de los vencidos.
Crom. Señor.... (Levantan las cortinas del fondo
hasta la mitad. )
Carlos. Basta, caballero, basta ya.... el dia se acer-
ca : ya es tiempo de que cada cual se prepare á
combatir.
Crom. Señor, en nombre del cielo no perseveréis
en tan ciego error: abatid el orgullo de vuestra
estirpe, al nivel de vuestra fortuna : no son rebel-
des con los que tratáis , tratáis con la Inglaterra.
(El Rey coge su sombrero. Cromwell continúa.)
No tiene la Inglaterra sus derechos , como vos
tenéis los vuestros ? queréis que los abandone por
vuestro capricho, cuando puede hacer valer su
justicia? Conservad vuestra dignidad, vuestros tí-
tulos ; conservad ese lujo que es para vos mas que
la vida. Os llamaremos Señor y Mageslad.... os
hablaremos con la cabeza descubierta: os Haremos
oro con el pan de nuestros hijos:.. l con la san-
gre de nuestras venas si es preciso ; pero la li-
6
í 82 )
faertad política , la libertad de conciencia.... esa.
Señor, la necesitamos!.... sí, la necesitamos! Y
á pesar de vuestros esfuerzos, la hemos de con-
seguir , ó hemos dé perecer mas bien , que vi-
vir esclavos bajo vuestro despótico yugo.
Carlos. Basta (Cubriéndose. ) os repito , basta! Sa-
lid pronto de mi campamento , y daos prisa , por-
que no os dejo mas que diez minutos de término,
y pasado que sea , perderéis vuestro carácter de
parlamentario, y mi salvaguardia real. (Annes-
lejr aparece en el fondo.) Anuesley , guiad a' este
hombre.
Crom. ) Acercándose al Rey. ) Señor! Señor ! acor-
daos de Straffort. (Váse: las cortinas de la tienda
se abren del todo.)
Carlos. (Solo.) Sí, sí, me acuerdo, á pesar mió,
y porque me acuerdo i, no he de transigir con los
revolucionarios!... Straffort ha dicho!... ese hom-
bre es para mí mas que un recuerdo.... es un
remordimiento.... Oh ! si Dios me perdonase ha-
bensacrificado a' mi mas leal vasallo, como lo hice,
aguardaría sereno mi hora postrera. ( Apóyase
abatido en la, camilla, y queda como arrobado.)
Mont. ( En el dintel de la tienda. ) Es él , ó su
sombra?
Rob. (Que viene por el fondo, se detiene mi-
rando atrás.) El cielo me confunda si no es él!
Sabéis, Milord Montrose, que vuestro muerto go-
za hoy de muy buena salud, a' pesar de lo que ase-
gurabais ayer. Me queréis decir de dónde sale?
Mont. De la tienda del rey,
Rob. Sabéis qué se nos han pasado al enemigo dos
regimientos enteros?
Mont. ^6, cuáles? aoii
Rob. Los de los mayores Tuid y Hurry.
(83)
Mont. Y sabéis ros que han encontrado derribado
por tercera vez el estandarte de Inglaterra , y
que el escudero que le custodiaba yacía muer-
to al pie ?
Rob. Todo eso es de mal agüero. (El Rey le-
vanta bruscamente la cabeza , y coge su som-
brero.)
Mont. El rey! Silencio!
Rob. Qué pálido está !
Carlos. ( Sube hacia el foro , / señala los muros
de York.) No ha mentido: mirad!
Rob. La bandera de los parlamentarios en las mu-
rallas de York! Ah ! Señor, os lo dije.... una
noche de tardanza....
Carlos.) (Con acento lúgubre. ) Si , teníais razón , en
una noche se puede perder un reino: pasan tan-
tas cosas enuna noche ! Vamos , señores j el bo-
tasilla ! (Se oyen los clarines.) Mi caballo! San
Jorge é Inglaterra.
Mont. y Roberto. ( Sacando las espadas. ) Dios
salve al Rey ! (La música que se oyó al princi-
pio , vuelve á tocar el God save the King. Váse
el Rey seguido de sus oficiales. )
FIN DEL ACTO TEBCEKO.
.. .
' tq i
ACTO CUARTO.
30 DE ENERO 1 619.
En White-Hall: al foro la gran ventana histórica por
donde salió Carlos I para ir al cadalso} á la derecha
la puerta de entrada; en el proscenio una mesa, enci-
ma de la cual habrá un almohadón de terciopelo ne-
gro y sobre él el cetro y la corona j al lado de la
aiesa un sillón,
ESCENA PRIMERA.
cablos sentado: el duque de Glocester niño, de
rodillas y á su lado en un almohadón con las
armas reales.
Carlos. {Estrechando la cabeza de su hijo entre sus
manos. Escúchame, hijo mío, y graba profunda-
mente en tu corazón las palabras que voy a' de-
cirte, porque serán las últimas que escucharás de
la boca de tu padre. (El duque de Glocester eeha
los brazos al cuello de su padre.) Me han sen-
tenciado, hijo querido! van á cortarme la cabeza
en un cadalso, como al último criminal!
Duque. Padre!
Carlos. Tal vez después de mi muerte tú seas el
instrumento de que se valgan para llevar sus pla-
nes a' cabo.... tal vez quieran colocarte en el trono
y aprovecharse de tu niñez para conseguir de tí
( 85 )
la ratificación de sus derechos, como ellos dicen.
No olvides, hijo mió, que el legítimo heredero de
la corona después de mi muerte será tu hermano
mayor.... el príncipe de Gales.... y si quisieren co-
ronarte en lugar suyo....
Buque. No, padre mío! preferiría la muerte! nunca!
Carlos. Bien, bien, hijo querido.... Todo se lo per-
dono a' esos hombres, pues han dejado que te vuel-
va a' ver ... Ah! si ellos supieran lo que te quiero!
Oh! por qué he nacido reyi.... Por qué en vez
de un trono, no ha sido mi patrimonio una cabana,
con los mismos hijos, y el mismo corazón para
amarlos!.... Mírame — otra vez.... así.... así....
(Le besa en la frente.) Me han prometido que
después de mi muerte, te volverán á enviar a' Fran-
cia.... Allí encontraras á la Keina, a' tu hermano
el príncipe de Gales, y les dira's; (Con alterada voz.)
les dirás, hijo mío, (Sullúza.) que he llorado al
pronunciar sus nombres, y que son las únicas lá-
grimas que he derramado.... con eso solo que les
digas conocerán que mi corazón se desgarraba en
este instante!.... Oh! Diosmio! Dios mió!
Duque. (Levantándose.) Padre! Padre! (Pausa, du-
rante la cual no se oyen mas que besos y sollozos.)
Carlos. Ahora, hijo mió, solo me resta una cosa que
decirte.... una súplica que hacerte.
Duque. A mí!
Carlos. Sí, á tí.... escucha. He reinado veinte y
cuatro años, y en tan largo tiempo quizás habré
cometido mil errores, incurrido en innumerables
faltas! En breve voy á expiar esos errores y esas
fallas.... Hijo mió, no es eso lo que me aflije....
he cometido un crimen !
Duque. "Vos!
Carlos. (Hincando una rodilla en tierra para acercar-
. ( 86 ) .
stt al oído de su hijo.) Sí, un crimen que no tténe
expiación en este mundo, y que solo la misericor-
dia divina podra' perdonarme en el Otro. Tuve un
' ministro, valiente, fiel y adicto: ministro que me
quería como ningún otro quiso á su Rey.... Esos
mismos hombres que hoy piden mi c.íbeza, me pi-
dieron un dia la suya.... Tenia el derecho de per-
don, derecho sagrado que Dios me concedió, y
que los hombres no podían quitarme.... renuncié
a' el hijo mió! y la cabeza de aquel fiel y leal ami-
go.... cayó.... ahí.... sobre el tablado.... en que va
á caer la inia !
Duque. Oh!
Carlos. No es verdad que es un crimen horrible?....
por lo mismo, hijo mió, tú que eres joven, que no
has cometido aun ni errores, ni crímenes; tu que
eres puro como uno de los ángeles del Señor, jú-
rame que harás una cosa.
Duque. Cua'l?
Carlos. Júrame, que todos los días, después de ha-
ber rogado por la Inglaterra, por la Reina y por
el Príncipe de Gales, tu hermano mayor y tu Rey,
añadirás a' tu oración estas palabras: «Dios mió!
» perdonad a' mi padre por haber abandonado á
>,Straffórt."
Duque. Os lo juro.
Carlos. (Estrechándole entre sus brazos.) Silencio!
ya vienen a buscarte!
El coronel Thomlinson desde la puerta. Su gracia
el duque de Glocester!
Carlos. No lo olvidara's?
Duque. Nó, nunca.
Carlos. Adiós, hijo querido, adiós. (Le coge en sus
brazos y se le -presenta al coronel dándole besos.)
Ahí le tenéis !
(87)
Duque. Padre mío!
Carlos. Adiós! adiós! (Tkomlinson se le lleva.)
ESCEJN A II.
CARLOS Solo.
Ah!.... por fin me dejan solo frente á frcnle con la
muerte.... solo y libre.... porque la muerte es la
libertad! Me acusan de ser tirano.... que venga
ahora mi pueblo á levantar hacia Dios sus mauos
despedazadas por el hierro de las cadenas... yo le
mostraré mi cuello ensangrentado por su hacha....
Que me acuse de despotismo, yo le acusaré de ase-
sínalo! \ veremos cual de los dos llegará a obtener
la misericordia divina. (Pausa.) Necesito descan-
sar un poco para presentarme como hombre en el
cadalso, y arrodillarme como rey ante la cuchi-
lla.... Quiero reposar trauquilo y sereno, como
si me hallara en la víspera de una batalla donde
estuviese seguí o de perecer.... como descansaría
en la víspera de un desafío á muerte y sin miseri-
cordialSoj soldado y caballero.... no es tan dificil
el morir.... ni la muerte me asustó nunca.... Rei-
posemos.... Plegué al cielo que la memoria de la
reina y de mis hijos no venga á abatir mi espí-
ritu.... ah! (Se sienta en el sillón j apojra la
cabeza sobre la mano.)
(38)
Déjase oír á lo lejos una canción de trabajadores
alegre y ligera. La voz se vd acercando d la ven-
tana d medida, que el que canta sube por la escala.
Apresta buen escudero
mis armas y mi bridón,
que hoy yo quiero
romper en justa el primero
mi Janzon.
Oyense golpes de martillo. Los trabajadores repi-
ten en coro.
Mi lanzon.
La misma voz. Ha de quedar boy vencido
Ricardo el sostenedor,
que es temido
do quier mi brazo aguerrido
y mi valor.
Vuéhense d oír los golpes de martillo d compás.
Coro de trabajadores.
Y mi valor !
Carlos. {Llamando.) Coronel Thomlinson! coronel
Thomlinson! {Sale Thomlinson.) Qué ruido es ese?
Thomlin. Señor....
Carlos. Decídmelo.
Thomlin. Son los trabajadores que han mandado...
venir.... y que se distraen cantando mientras'
trabajan.
Cdrlos. Tened la bondad de decirlos que el Rey los
(89) „
suplica que no hagan tanto ruido y canten mas
bajo, porque le impiden dormir por la última vez;
decídselo así, coronel Tbomlinson. (7 homlinson
abre la ventana del foro, y habla d los trabaja-
dores, los cuales se callan al punto. Cronvwell apa-
rece en el dintel de la puerta embozado en una
capa y con el sombrero calado hasta los ojos,)
ESCENA ITI.
CARLOS. CROMWEIX.
^homlin. (Tohiendo) Ya han callado, Señor.
arlos. Gracias.
rom. {A Thomlinson.) Dejadme solo con el reo,
(Váse Thomlinson. Cromwell se acerca al Rey
con lentitud.) Señor!
irlos. {Estremeciéndose.) Otra vez esta voz! {Vol-
viéndose.) Otra vez este hombre! Debia haberme
admirado en efecto, de no haber visto de nuevo á
mi ángel malo.
rom. Sois injusto conmigo, Señor.
irlos. Injusto! y siempre que te he visto, no has he-
cho mas que presagiarme desgracias! La primera
vez fué la víspera de la sentencia de Straffort.
rom. Vine á ofrecerme al conde como amigo, y él
prefirió que me declarase su enemigo.
arlos. La segunda fué el mismo dia de la ejecución
de muerte de Straffort.
'rom. Vine a' salvarle la vida y vos me mandasteis
prender.
arlos. La tercera en el campamento de York.
rom. Vine a' proponeros la capitulación y me echas-
teis de vuestra tienda. He querido salvaros por tres
(90)
veces: la primera cometisteis una falta, la sed
gunda un crimen, la tercera quedasteis vencido
humillado.
Carlos. (Con ironía.) Y qué vienes á salvarm
boy, di?
Crom. La vida, Señor!
Carlos. La vida! tú! (Mirándole y levantándose
Por eso sin duda has apresurado mi sentencia, po /
eso has mandado hacer fuego á la tribuna que mal
decia en alta voz á mis jueces, por eso has escritjJ
al verdugo señalando para dia de mi suplicio e
treinta de Enero á las seis de la mañana, no t
verdad?
Crom. Sí he dado prisa para que se cumpliese vue
tra sentencia, ha sido porque hace diez años qul
la Inglaterra lucha contra vos, y el pueblo cansad
ya de la lucha solo puede encontrar descanso co
vuestra ruina. Si he mandado hacer fuego a' la tri
buna que maldecía a vuestros jueces, ha sido po>
que, pronunciada la sentencia, era un deber el h
cer respetar el fallo de la autoridad. Si he escril ü
al verdugo, que el dia treinta de Enero era el señ^fe
lado para la ejecución, ha sido porque en la noch
del veinte y nueve estaría pronta una barca cero
del puente de Londres, para transportaros á bord
de un navio, y de allí á Francia. Señor, nunca ba
beis querido fiaros en mi palabra; y Dios os ha ca
tigado por ello. Vengo a' favoreceros por la ullim
vez. La muerte os espera, y es una muerte próxj
ma, inevitable! .... Dejadme arrancaros de los br;
zos de la muerte.
Carlos. Estáis hablando con un soldado que la ha vi
to tantas veces de cerca, que ya no la teme. Esta
hablando con un rey tan desgraciado que 1
desea.
>
}•<
(91)
'rom. No hablo con el soldado ni con el rey, hablo
con el esposo que va á dejar viuda á su amada com-
pañera, que váá dejar huérfanos á sus hijos queri-
dos, hablo al corazón y no al alma, á la naturaleza
que sigue la voz interior que la grita, y no al or-
gullo que raciocina. Prestad oidos á mis palabras,
Señor, os lo suplico por lo mas sagrado.
arlos. Si hiciese lo que queréis, dirían que era un
cobarde v que temia la muerte.
\rom. Las "batallas de York y de Naseby probarían
lo contrario.
\arlos. El parlamento se mofaría de mí.
'rom. Pero, vuestros hijos volverían á estrecharos
i en sus brazos.
iodos. ¿Y qué interés os mueve á salvarme la
vida? _
'rom. Qué interés? Escuchadme Señor; vos cono-
cisteis un hombre á quien pudisteis haber salvado,
como ahora yo á vos, y no obstante, no lo hicisteis,
recordáis su nomhre?
ndrlos. Sí, sí, harto le recuerdo.
ikezw. Y negaréis que desde que el verdugo descar-
gó el golpe mortal, no habéis podido borrar de
vuestra memoria la idea de la muerte de aquel
hombre? negaréis que en el fondo de vuestro cora-
zón sentís una carcoma, que os roe interiormente,
y emponzoña vuestra existencia desde entonces?
negaréis que algunas veces os ha parecido ver en-
tre sueños el espectro amenazador de aquel mismo
hombre que venia á sentarse ala cabecera de vues-
tro lecho, y os gritaba con lúgubre voz. Ay de tí,
Carlos Estuardo!
'Carlos. Sí, es verdad, es verdad!
¡fon». Pues bien, Carlos, be ahí lo que yo también
temo, porque no quiero que durante los dias me
(92)
roan el corazón los remordimientos, ni que durar*
te la noche me persigan espectros. Puedo salva
ros.... y he de hacerlo.... os salvaré aunque fues
á pesar vuestro.
Carlos. Y ha sido por salvarme por lo que habei'
mandado erigir el cadalso delante de esta mi;
ma ventana?
Crom. Sí: porque ese cadalso será, según vuestra r<
solución, el paso que os conduzca á la vida ó á
muerte. Esas labias son para tos esta noche un e
trado por el cual podéis bajar, pero mañana al tí
yar el dia se convertirán en un cadalso al cu
tendréis que subir. Daos prisa á salir por ei
ventana, yo saldré por la puerta. Dentro de dú
minutos estaréis debajo del puente dé Lóndre
y dentro de una hora en el mar.
Carlos. Pero ye! centinela que está ahí bajo?
Crom. Os daré la contraseña, y no os estorbará
paso.... Tomad, ahí tenéis la capa con que u
ha visto entrar.
Carlos. Dádmela.... Dios os lo recompensará! f
Crom. Aguardad (Tá á la ventana.) Bueno, ya s 1
fueron los trabajadores; el centinela únicamen
te se pasea al pie del tablado. Voy á hablarl
para que me conozca y os tome después por m
[Levantando la voz.) Soldado.
Soldado. {Desde dentro.) Señor!.... qué mandáis n
general?
Crom. No ha ocurrido nada.
Soldado. Nada.
Crom. Bien, voy abajar. (Vuelve d cerrar la vei
tana.) No hay que perder un instante, embozao
la contraseña es Carlos y Straffort.
Carlos. (Estremeciéndose.) La misma que la d
dia de la batalla de York!
(93)
om. Sí.
ríos. (Cogiéndole por el brazo.) Caballero, aque-
lla noche confiasteis eo mi palabra, y os pusis-
teis entre mis manos.... en la vuestra confio yo
ahora. ...
om. Animo, Señor! (Cromwell abre la puerta y
Carlos la ventana. Carlos dá un paso sobre el
tablado del cadalso ; un hombre vestido de negro
enmascarado y con la cabeza descubierta le coge
por el brazo, y le cierra el paso.)
ESCENA IV.
dichos. El enmascarado.
amas. Detente, Carlos Estuardo!
•ríos. (Retrocediendo.) Oh! qué vil traición!
vm. Quién es este hombre?
irlos. (Dejando caer la capa.) Será tal vez la som-
bra de Straffort.
nmas. No: soy hombre y no espectro.
ríos. (Traje'ndole al proscenio.) Acercaos, para
que pueda miraros cara á cara, y probaros que no
tengo miedo. Quién sois?
imas. (Quitándose la careta.) Me reconoces aho-
Ta, Ca'rlos Estuardo?
ríos. Oh! sí, perfectamente.... Vos sois el que
intentó darme una puñalada en las calles de Lón-
Idres! vos el que me disparó un pistoletazo en la ba-
talla do York.
nmas. Aun me habéis visto otra vez, señorj ha-
ced memoria.
irlos. (Mirándole de hito en hito.) No me acuerdo.
nmas. Sera'.dificil, porque ya hace veinte años des-
de la primera vez que me visteis. Fué el día en que
(94)
firmasteis el bilí de derechos. Un caballero de De
vonshire vino en nombre de la nobleza de su con-
dado ¿vaticinaros todas las desgracias que despue
os han sucedido. Ese caballero os esperó al paso
cuando sah'ais de Westminster.
Carlos. Sí, ahora me acuerdo.
Enmas. Os habló con la mayor sumisión, hincado ;
vuestros pies y con la cabeza descubierta, os supli
có que no íirmaseis aquel bilí, porque era firma
vuestra dimisión de rey, y vos le respondisteis coi
grosero tono que el mal estaba ya hecho. Entonce'
se levantó y se cubrió.
Carlos. Sí , también me acuerdo.
Enmas. Pero vos ciego é insensato, os arrojaste!!"
sobre él como sobre un esclavo, y le maltrataste!; '
como á un lacayo.
Carlos. Es, verdad.
Enmas. Ese noble insultado por vos hasta el punk
de derribarle á golpes el sombrero, hizo el jura«
mentó desde entonces de no volverse á cubrir b
cabeza mientras vivieseis, hasta que pudiese hacer '
lo delante, de vuestro cadáver. (Con risa feroz.)
, Ese noble soy yo: me llamo Tomas Lokart, y soy
barón, Ca'rlos Estuardo. Ah! creíais que porque'
me habíais maltratado y desterrado, quedaríais iin-j
pune; creíais que siempre me habia de .estar en
Francia llorando mi insulto» y que vuestros puer
tos, guarniciones y. fortalezas, habian de estar cus-
todiados eternamente por vuestras tropas. OrgU'
lio! necio orgullo! Al fin estoy aquí: hice adema
de huir, pero fué. para ganar terreno! no he dad
mas que tres saltos, pero tres saltos de tigre,, y. a
tercero, te tengo aquí!.,. ■ -
Carlos. Pues qué? sois vos el que sustituye....
Enmas. Al verdugo. Entre mis manos habéis de lai
(95)
zar el alma á la eternidad. Estáis pronto? (Dan
las seis.)
irlos. Sí, pero.... {Con la mano.) retiraos y no
os acerquéis á mí mas que para cortarme la cabe-
za. (El caballero se pone la careta, f se retira.)
ESCENA V.
CARLOS. CROMWELL.
'om. Señor, ya na dado la hora.... (Acercán-
dose á él.) He hecho cuanto he podido por
salvaros.
arlos. Lo sé, Cromwell, y os perdono.
"otn. El dia entra ya por las ventanas.
irlos. Y la muerte al mismo tiempo que él. Mirad.
(Salen un escribano, el obispo Juxon, el caba-
llero enmascarado. 8£c. $c.
scrib. (Con un rollo de papeles.) Señor, en nom-
bre del parlamento....
irlos. Basta ya: es inútil: estáis pronto? porque yo
hace tiempo que lo estoy.
scrib. Sí señor.
irlos. Pues marchemos. (Abre él mismo \a ven-
tana, y sale apoyado en el obispo Juxon, y
acompañado de todos los de justicia que entra-
ron con el escribano del parlamento. Rumor
sordo entre los del pueblo al ver al rey.)
rom. (En medio de la escena ) Vá a' exhalar su
último suspiro un tirano, ó un inocente? Solo
Dios lo sabe.
arlos. {Dentro.) Ingleses! pongo á Dios por tes-
tigo ante el tribunal en que voy á comparecer, que
soy inocente de todo lo que me acusáis. Dejo una
buena causa aquí abajo, y me espera allá arriba
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un Dios misericordioso que perdonará mis faltas
como yo os perdono vuestro crimen — Herid. (Se
oye el golpe del hacha. El pueblo lanza un
grito lúgubre. Ábrese la ventana y. aparece
el caballero con el sombrero puesto,j que atra-
viesa silenciosamente el teatro: por la ventana
se descubren sobre el cadalso agrupados varios
señores con el obispo de Juxon en torno de
un cuerpo cubierto con un paño negro. Crom-
well coje el cetro y le rompe, atrojándole des-
pués contra la corona que cae al suelo y se ha-
ce pedazos.)
Ctom. Pobre cabeza sin corona!.... Pobre corona
sin cabeza!
FIN,